Me apetecía mucho hablar de la
huida del Monkey Week, pero ya durante toda la semana se ha escrito extensamente
sobre el tema, así que prefiero no insistir en una noticia ya confirmada que no
tiene remedio a corto plazo (a largo plazo yo me lo replantearía ¿han tenido en
cuenta lo especial que se hace un festival ligado a una ciudad pequeña
sorteando el miedo de perderse en la vorágine de una más grande, cuando, encima,
la ciudad tiene un clima y un entorno playero y gastronómico flipante, además
de una infraestructura de apartamentos para alquilar y hoteles, ya montada y en
temporada baja? Podría ser una pista el Sonorama
en Aranda del Duero, el Benicasim, el
Arena Sound... Perdón, se me ha
calentado la mano). Así que pensando en
otro tema del que ocuparme, me asaltó un timbrazo impertinente. Era una
compañía telefónica para hacer una oferta. Por el sonido y el acento parecía
una llamada de ultramar. Para distraerme del cabreo de ser asaltada en mi propia casa un sábado a las 4 de la tarde
por tan inoportuna interrupción de mi tiempo de ocio, puse la tele un rato y
conseguí interesarme en un monólogo bastante simpático y divertido de Santi
Millán. Hasta que cortaron una frase sin previo aviso para la publicidad y, a
la vuelta, dejaron que la frase fluyera unos diez segundos más para de nuevo
interrumpirla, esta vez sí, con aviso de que sería solo por 6 minutos. Evidentemente
apagué. Entonces pensé que hacer un bizcocho para la merienda era una buena
manera de dejar descansar la mente. Cogí la tablet
para buscar una receta y conecté la radio.
La receta la encontré, pero se volvió ilegible gracias a un anuncio de
una bebida gaseosa y carbonatada que no pienso nombrar ni beber. Al mismo
tiempo, en la radio una inteligente conversación versaba sobre cómo 80 personas
en el mundo acumulan la misma riqueza que el 50% de la población. Parece que el
indicador de la salida de la crisis es el aumento del consumo. Ahora lo
entiendo, disculpen mi cabreo, el intento de obligarme a comprar a la fuerza es
por mi bien. Así se puede seguir perpetuando un sistema económico que provoca
unas cifras tan obscenas que encima convierten en subversivo a quien las nombra.
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