Qué curiosa evolución está sufriendo la comunicación humana.
Circula por ahí una frase ingeniosa que dice “primero el SMS, después vino el
Whatsapp, ahora grabas un mensaje de voz y tu amigo te graba la respuesta. Si
siguen así van a inventar el teléfono”. Leo también que Apple anuncia que
pronto se podrá escribir en el móvil un mensaje que el propio teléfono podrá
reemplazar por iconos si así se le pide. Para simplificar, dicen. Para buscar
un lenguaje universal. La verdad es que llegados a este punto echo de menos
poder insertar aquí el emoticono de la cara de asombro con los ojos abiertos
como bolas. O sea que ¿tras miles de años de evolución a través de escrituras
pictográficas, ideográficas, silábicas y alfabéticas la conclusión es la vuelta
a los orígenes dejando que un programa en el móvil simplifique con una imagen
lo que se quiere comunicar? Si solo vamos a tratar sobre lo material, vale. Podemos
proponer también, ¿por qué no?, implantar la disparatada metáfora de Swift en Los viajes de Gulliver en la que unos
sabios querían abolir las palabras y directamente cargar en un saco aquellos
objetos sobre los que se quisiera tratar para mostrarlos en lugar de nombrarlos.
Tan absurda es una propuesta como la otra. Me confieso perdida y descolocada.
Concebir un sistema que se presenta como moderno para reducir las posibilidades
del mensaje es el colmo. No entiendo este afán por la simplificación. Me da miedo.
Renunciar por voluntad propia a las sugerencias, la riqueza léxica, la lectura
entre líneas, los medios y dobles sentidos, las metáforas… no es un logro sino
una distopía, una amenaza. No hay nadie más manipulable que el que no sabe
descifrar el código; nadie más peligroso que el que interpreta la realidad simplificándola
y la defiende a toda costa, sin matices; no hay nada más atemorizador que el
pensamiento único. Rechazo el corsé, el límite de encerrar el pensamiento en
una imagen a modo de uniforme para el idioma. Una cosa es una carita sonriente
para unas prisas y otra renunciar al lenguaje. Recordemos a Wittgenstein “Los límites de mi lenguaje son los límites de
mi mundo”. Aunque a lo mejor va de eso, de acotar para controlar. ¡Demasiadas fronteras!
Totalmente de acuerdo! No hay nada más descorazonador que ver la influencia de un eslogan simple, de un anuncio micrometrado, de una oferta política condensada en una frase, en una sociedad que consume información superficial.
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