Las palabras que me agarran
sábado, 22 de noviembre de 2025
Sueños
jueves, 13 de noviembre de 2025
Leo que Walmart (corporación internacional estadounidense de grandes almacenes e hipermercados) y Chat GPT han llegado a un acuerdo para que no tengamos que preocuparnos de la compra. El cliente entrega sus datos y deposita su confianza en la eficiencia de la IA que se encargará de los pedidos y transacciones. Amazon, Google y Alibaba ya trabajan en sistemas similares. Bastará con decir “hazme la compra de este mes” o “necesito lo necesario para tres desayunos”. Por ahora parece que los alimentos frescos y perecederos quedan fuera por problemas de logística, pero los supermercados tal y como se conocen desaparecerán. La IA analizará los hábitos de la clientela para hacer recomendaciones adaptadas a su historial, gastos, presupuesto y contexto. La posible ventaja de este sistema es conseguir una mayor eficiencia cognitiva porque simplifica la toma de decisiones. Y esto es lo que me preocupa. Ya no es que renunciemos a elegir qué comprar y comer esta semana, sino que esa “eficiencia cognitiva” que simplifica la toma de decisiones actuará por nosotros.Sin querer, lo he relacionado con la noticia de que el aumento del coeficiente intelectual que tuvo lugar durante el siglo XX podría haber tocado fondo, es decir, que se constata una pérdida de capacidades clásicas como memoria, atención y razonamiento abstracto (que es justo lo que requiere la sociedad moderna). La Real Academia Nacional de Medicina de España afirma que “el uso excesivo de la inteligencia artificial debilita nuestra memoria y reduce la capacidad para pensar críticamente y resolver problemas de manera independiente”. Quiero aclarar que no es que yo piense que dejar de hacer la compra nos hará más tontos, sé que para mucha gente será una liberación. Lo que me alarma es la delegación en la toma de decisiones, la pérdida del pensamiento crítico, la resolución de problemas, el procesamiento de la información. En el mundo académico ya se notan las consecuencias.
Fiesta rosa
El calendario anual tiene citas fijas más allá de las ferias y fiestas. Aquí en El Puerto una de ellas es la Marcha Rosa de la Asociación de Mujeres con Cáncer Bahía, que tuvo lugar el domingo pasado en Los Toruños como en ocasiones anteriores.
Espero que sus organizadoras sigan todavía en una nube de resaca emocional por el éxito de la convocatoria. No es para menos. Me consta que en esta ocasión estaban un poco moscas porque coincidía con otras convocatorias importantes en Cádiz. Pero nada, ni la niebla baja con la que amaneció el día, ensombreció la celebración. Porque de eso trata la cita, que va ya por su IX convocatoria, de celebrar la vida, de ofrecer esperanza, de compartir una mañana de fiesta con familiares, amigos y demás gente de bien que acuden con la idea común de apoyar la causa. Y de recaudar fondos para la investigación, claro.
Observar la línea de meta recupera la fe en el ser humano. La alegría y simpatía con que se recibe a cada participante no tiene precio. Corredores y corredoras, caminantes e incluso algunas bicis de peques atraviesan el arco inflable con la sorpresa de la acogida. Música, aplausos, vítores y menciones dan a cada cual su momento de gloria además del consabido “gracias por venir”. Resulta emocionante observar las caras de sorpresa de quienes no se esperan el recibimiento, sobre todo los peques, de la mano de su madre, padre, tía o abuelos, que completan la marcha rebosantes de orgullo.
Prima el rosa, establecido ya como símbolo de la causa, así que camisetas, mallas, gorras y pañuelos buscan la complicidad del color. Pero este año también el negro de camisetas que lucían el esperanzador mensaje de resurgimiento tras la adversidad: “Más Fénix que nunca”.
Y no solo palabras. La colaboración desinteresada permite un trato completo y exquisito tras la llegada con el ofrecimiento de agua, fruta, masajes…
Después, la fiesta en la carpa con baile, mucho baile en esta jornada festiva que persigue la esperanza, la alegría y la solidaridad por encima de todo.
Desde mi modesta columna os traslado todo mi reconocimiento, admiración y agradecimiento ante una labor tan bien orquestada y necesaria.
sábado, 27 de septiembre de 2025
Rechazo
Creo que ya he hablado del tema alguna vez. Siento repetirme, pero necesito desahogarme.
Me parece que odio la relación actual del ciudadano con la Administración pública de todo tipo. Suena un poco fuerte, sí, pero no encuentro otra palabra que describa mejor mi desagrado. Me sale un sentimiento visceral. ¿De verdad es necesario que todo sea tan oscuro y difícil? La ciudadanía de a pie tiene la sensación de estar siendo perseguida, vigilada, acosada… y de ser culpable de lo que sea ante lo que sea mientras no pueda demostrar lo contrario. Cualquier trámite o notificación se comunica en unos términos tan amenazantes, con un lenguaje tan oscuro, que no se sabe si es necesario hacer algo o lo contrario. A veces la notificación es incluso positiva, quiero decir, a favor, pero aún así, redactada en unos términos que dejan siempre cierta inquietud.
Y, por supuesto, todo es online, con necesidad de certificado digital o registro previo en determinadas plataformas. Correos automáticos sin posibilidad de respuesta, citas previas difíciles de conseguir si se quiere hablar en persona con alguien, plazos inamovibles… Al final, tiempo y tiempo que debemos emplear para realizar cualquier trámite por básico que sea. Nada es fácil ni sencillo sino que se vive más como una pelea o lucha de la que no tenemos nunca muy claro si vamos a salir victoriosos.
No acabo de entender este empeño en hacer que la burocracia sea cada vez más compleja y desagradable. Se eliminan puestos de trabajo de cara al público y se deja a solas a la ciudadanía ante unas pantallas y un lenguaje que no tiene por qué conocer, dejando así, a cambio, un poso de fragilidad, una sensación de andar a merced de un organismo superior que controla nuestras vidas sin poder recordar el momento exacto en que se dio el consentimiento para ello.
Sé que es mucho pedir y ni siquiera sé a quién podría elevar mi petición, pero ¿se podría crear un entorno más amable donde la explicación del trámite, la asesoría personal y el lenguaje se acercaran un poco más al sentir de los usuarios, lejos de este complicado andamiaje en el que andamos ahora?
No se molesten, conozco la respuesta. Como les decía, solo es un desahogo.
sábado, 13 de septiembre de 2025
Buen día
Con septiembre vuelven las rutinas. Cada día las calles un poco más vacías. Tras la Patrona, no solo se nota la bajada en la afluencia de turistas, sino que los portuenses se recogen también. Además de preparar la vuelta al cole, si sale algún día más fresco o nublado, la novelería hace que se interprete como el adelanto del otoño. Vuelve el orden, las inscripciones a los gimnasios, los buenos propósitos... En estas dinámicas, los gestos cotidianos adquieren mayor protagonismo. Tanto que, a veces, tener un buen o mal día depende de no se sabe qué, un regustillo amargo o satisfactorio que no siempre se identifica. Las noticias con las que nos desayunamos tienen mucha culpa de esto, sobre todo cuando los medios vuelven a un tono más serio, alejado de la necesidad superficial de distraer los veranos.
Pero creo que hay algo más. Uno de estos factores
determinantes de un buen o mal día lo achaco a los encuentros. No solo los
casuales con alguien conocido sino los laborales. Quién nos cobra en la caja del
súper; cómo nos escuchan tras una ventanilla; cuánto tiempo se aguarda en una
cola... En esas relaciones interpersonales nos jugamos una parte de nuestro
bienestar. La atención amable, la disposición con que nos tratan y tratamos
pueden salvar o amargarnos el día. Quizás no a todo el mundo, pero sé de mucha
gente absolutamente permeable a cómo es tratada. En concreto, he empezado esta
reflexión gracias a un repartidor de correos tan agradable y atento que me ha
hecho subir el ánimo durante parte de la mañana. Es la actitud que en inglés
llaman “helpfull” y que muchos traducen
por servicial. Pero no me gusta. Servicial ya se acerca a servil, sumiso. Es
más bien esa amabilidad que parece natural y que hace sentir bien a quien la
ofrece y quien la recibe. No es fácil, pero cuánto mejor es buscar en lo que se
hace la alegría que produce hacerlo con dignidad. Lo he encontrado también
leyendo “El tercer hombre”, de Graham Green: “Ojalá uno pudiera sentir un
entusiasmo semejante por un trabajo rutinario; cuántas oportunidades, cuántas
súbitas intuiciones se pierden simplemente porque un trabajo se ha convertido
solamente en un trabajo”. Buen día…
sábado, 19 de julio de 2025
Pérdida
Pérdida
Inicié esta columna con una idea que me ha rondado la cabeza esta semana. Todo partía de una conversación con una querida amiga sobre la pérdida y su representación cultural. Nos sorprendía que, a pesar de que la RAE no la relaciona con la muerte hasta su 5ª acepción, la red irremediablemente reconduce la búsqueda de información hacia la muerte y el duelo. Sin embargo, el diccionario antepone la carencia de algo que creíamos nuestro, quizás porque nos pasamos la vida perdiendo. De hecho probablemente crecer es perder. La primera memoria, las risas infantiles, los primeros amores, los libros prestados con ilusión y no devueltos por desidia, las oportunidades que se escaparon, las amistades que extraviamos... Pero también la pérdida de un tren, de una beca, de unas llaves, de un libro, de unas cartas, de un pendiente que atesoraba un recuerdo… Aunque duela, no se puede avanzar sin perder.
Más o menos había escrito estas reflexiones, como ven bastantes obvias, lugares comunes por los que ya hemos pasado, cuando se me bloqueó el ratón del ordenador y reinicié para recuperarlo. Y volvió, sí, pero no el documento, que no se había guardado ni en la copia de seguridad. Pensé que era una señal de que esta semana no tenía nada que decir, pero entonces decidí tomarlo más bien como parte del proceso. Perder lo ya escrito para así tener de qué hablar en este texto que se va escribiendo solo. Porque la pérdida es nuestra cotidianeidad, ya lo cantó Silvio en su particular Ubi sunt? : ¿A dónde va lo común, lo de todos los días?/ El descalzarse en la puerta/ La mano amiga/ ¿A dónde va la sorpresa/ casi cotidiana del atardecer?/ ¿A dónde va el mantel de la mesa?/ El café de ayer…
Así que decidida a acabar esta columna sobre la pérdida, no puedo dejar de referirme al estupendo documental Almudena que presentaron el martes en Chiclana su directora Azucena Rodríguez y el marido de la protagonista, Luis García Montero. La escritora de nuevo presente con sus amigos, su público, su familia. Atrapada o recuperada, no sé, en imágenes mientras cocinaba, reía, amaba… en las palabras de sus seres más cercanos, en los recuerdos que les quedaron de ella. La muerte como la mayor pérdida.






