Chapuzas
Hay palabras que suenan a infancia. Aunque no se oigan en voz alta en años, siguen intactas, con el tono exacto en que se pronunciaban, con su significación precisa, inapresables para los académicos que no pueden penetrar en su última acepción, la doméstica y familiar. Hoy he estado todo el día con una de ellas en la cabeza, pero no la he llegado a decir, se ha quedado dentro dando vueltas hasta que ha caído sobre estas líneas y se ha abierto hueco: fullera. Nada que ver con lo que recoge el diccionario, que se conforma con tramposa. Es algo más pícaro, quizás chapucero, ingenioso a medias, puede que torpe. Lo reconozco, siempre he sido así. Una especie de MacGyver casero que todo lo afronta y lo soluciona, pero lejos del resultado fino y preciso que para otros sería deseable.
Me lanzo a las chapuzas con ilusión y ganas, pero nunca con previsión. Ni siquiera me doy demasiado tiempo. Me gusta acabar ya, con lo que tenga y como sea. Como cabe esperar, el resultado suele ser chapucero. Siempre me acuerdo de una monja que nos daba clase en Primaria. Una señora rígida y exigente. Cuando se veía obligada a dirigirnos las “labores” (eso que luego se llamó “Pretecnología” sin que nunca entendiéramos qué quería decir la palabreja) mantenía esa misma severidad, a pesar de que nosotras esperáramos algo mucho más relajado. Disfrutaba volviendo del revés los mantelitos que perpetrábamos con punto de cruz para dejar a la vista nuestras fullerías, esas pasadas largas con el hilo por la parte de atrás que buscaban atajos, por lo visto muy previsibles.
Pero esta vez tengo excusa. No he sido fullera por convicción sino por necesidad provocada por una cascada de tropiezos. El uso de un taladro en el salón sin precauciones (esta vez no he sido yo), provocó una nube de polvo que lo cubrió todo. El interior de la vitrina, las cortinas, el marco de los cuadros, los mandos a distancia… Mientras, la cinta de la persiana del dormitorio decidió que era buen momento para romperse. A partir de ahí, prisas y malhacer que provocaron caída de algún cuadro que arrastró un enchufe, cinta de la persiana que se colocó al revés…
Fullerías, sí, pero he disfrutado saboreando otra vez la palabra.