Con septiembre vuelven las rutinas. Cada día las calles un poco más vacías. Tras la Patrona, no solo se nota la bajada en la afluencia de turistas, sino que los portuenses se recogen también. Además de preparar la vuelta al cole, si sale algún día más fresco o nublado, la novelería hace que se interprete como el adelanto del otoño. Vuelve el orden, las inscripciones a los gimnasios, los buenos propósitos... En estas dinámicas, los gestos cotidianos adquieren mayor protagonismo. Tanto que, a veces, tener un buen o mal día depende de no se sabe qué, un regustillo amargo o satisfactorio que no siempre se identifica. Las noticias con las que nos desayunamos tienen mucha culpa de esto, sobre todo cuando los medios vuelven a un tono más serio, alejado de la necesidad superficial de distraer los veranos.
Pero creo que hay algo más. Uno de estos factores
determinantes de un buen o mal día lo achaco a los encuentros. No solo los
casuales con alguien conocido sino los laborales. Quién nos cobra en la caja del
súper; cómo nos escuchan tras una ventanilla; cuánto tiempo se aguarda en una
cola... En esas relaciones interpersonales nos jugamos una parte de nuestro
bienestar. La atención amable, la disposición con que nos tratan y tratamos
pueden salvar o amargarnos el día. Quizás no a todo el mundo, pero sé de mucha
gente absolutamente permeable a cómo es tratada. En concreto, he empezado esta
reflexión gracias a un repartidor de correos tan agradable y atento que me ha
hecho subir el ánimo durante parte de la mañana. Es la actitud que en inglés
llaman “helpfull” y que muchos traducen
por servicial. Pero no me gusta. Servicial ya se acerca a servil, sumiso. Es
más bien esa amabilidad que parece natural y que hace sentir bien a quien la
ofrece y quien la recibe. No es fácil, pero cuánto mejor es buscar en lo que se
hace la alegría que produce hacerlo con dignidad. Lo he encontrado también
leyendo “El tercer hombre”, de Graham Green: “Ojalá uno pudiera sentir un
entusiasmo semejante por un trabajo rutinario; cuántas oportunidades, cuántas
súbitas intuiciones se pierden simplemente porque un trabajo se ha convertido
solamente en un trabajo”. Buen día…

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