sábado, 28 de enero de 2017

A cuadros

A veces me siento marciana, de verdad. Luego lo pienso y concluyo que no, que no es una cuestión de planetas sino de edad, que probablemente lo que me pasa tiene que ver con el archisabido salto generacional que hasta ahora no iba conmigo. O sea, que antes era yo la que me hacía la marciana a posta. Todo esto viene porque leí en el Tentaciones “Las 10 cosas que vas a hacer este año” y en lugar de ilusionarme con los supuestos adelantos tecnológicos, me quedé pasmada, fuera de juego. La primera: vamos a comprar de todo sin salir de casa. Ésta no me sorprendió porque ya lo hacemos si queremos, pero el texto hablaba de entregas realizadas por drones capaces de llevarte, en menos de dos horas, papel higiénico o preservativos (300.000 llevan repartidos así en España). Vale, lo voy a dejar pasar. El puesto número 3 era que los chatbots serán nuestro mejor amigo. Ya hay uno llamado Replika que, no solo está preparado para imitar su personalidad, sino que permite resucitar virtualmente a alguien fallecido y volver a hablar con él (todo a partir de los mensajes de texto que hubiera escrito, no imaginéis otra cosa). Es decir, que seguimos empeñados en hacer realidad las distopías y presentarlas como una novedad apetecible. No nos bastaba con convertir la advertencia de Orwell en  su novela 1984 en un programa televisivo como Gran Hermano, sino que ahora aspiramos a vivir la película  Her o la serie Black mirror en primera persona. El número 7 era ver peleas de robots y, el mejor, el último: no hay que perder el tiempo en comer porque hay una compañía (startup se dice, por si quieres estar al día) que tiene polvos, batidos y barritas con todo lo necesario para la nutrición diaria. O sea, que feliz futuro si se trata de lanzarnos en brazos de la inteligencia artificial (que no es otra cosa que facilitar la inclusión de publicidad adaptada a nuestras necesidades) para no tener que salir de casa ni a comprar y poder quedarnos viendo peleas de robots o reviviendo a los muertos mientras saboreamos unos asquerosos polvitos nutritivos.  Lo que veo sin futuro es la entrega de los preservativos a domicilio, no parece que así vayan a hacer mucha falta. A cuadros. 

domingo, 15 de enero de 2017

Las pequeñas cosas

No sé si es deformación profesional, pero tengo tendencia a fijar palabras y momentos con imágenes, a veces incluso con colores. Ahora por ejemplo, noticiarios y periódicos vomitan “Rebajas” y “cuesta de enero” y yo veo la palabra Rebajas en negrita con un marco rojo e imagino la cuesta de enero como la pendiente nevada de una montaña que hay que subir. No es una cuestión de balance económico tratando de equilibrar el exceso de gasto de las vacaciones con la posible apetencia de gastar en Rebajas, es más bien una actitud, a veces helada, a la hora de reincorporarse a las tareas diarias en un año nuevo. Yo confieso que me incorporo activa, que no me espanta el día a día, pero observo, incluso en los más jóvenes, cierta apatía, cierta laxitud a la hora de arrancar con ganas. Por eso me sorprende el afán de otros países por utilizar este período para hacer propósitos de Año Nuevo. Probablemente tiene que ver con el clima. Aquí somos más de asociar los proyectos con el fin de los largos veranos, cuando sabemos que  hay que replegarse y buscar actividades de interior para los escasos meses en que nos falte la luz. En cualquier caso, ya estamos en 2017, comprobando en pocos días cómo las expectativas para el año nuevo, ya no se van a cumplir. Seguimos conociendo noticias desalentadoras de atentados crueles y absurdos, de crímenes machistas, de colas inhumanas a muchos grados bajo cero para conseguir un poco de comida caliente; de  inmigrantes que intentan entrar en el codiciado primer mundo incrustados junto al motor de una furgoneta, en el interior de una maleta…; de declaraciones y actitudes del que será presidente de uno de los países más poderosos del planeta que parecerían una broma si no fuera asunto demasiado serio lo que está en juego… Y es verdad que dan ganas de desinflarse, de abrir paso a un aire de derrota y desasosiego provocado por tanta crueldad, tanto sinsentido, tanta distribución desigual de la riqueza, tanto arrinconamiento de la cultura… ¿Laxitud? Es poco. El año arranca con miedo, harán falta piolet y arnés para la escalada que nos espera. Queda el único recurso de construirnos una red de cotidianidad con los detalles menudos, por si resbalamos. 

domingo, 8 de enero de 2017

Estreno

Cuando la aurora, (Eos rododáctila la llamaba Homero) anuncia al sol, sus colores rosados muestran posibilidades prometedoras. Debió de ser la toma de conciencia de la actividad positiva que el sol ejercía en los humanos y su entorno la que hizo que se contaran las horas y los días, las estaciones y los años, en la confianza de que los patrones se repetirían. La tristeza y el miedo se esconden en la oscuridad, por lo que proyectamos los deseos en un nuevo día, en un nuevo año que permita hacer las cosas mejor o  traiga más suerte. Pero ya decía Quevedo que Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres, lo que parece aplicable al cambio de fechas. Creemos supersticiosamente o tal vez necesitamos imperiosamente, que las nuevas cifras encierren un tiempo más favorable, mientras culpamos a las que se van de lo malo que acarrearon. Enmarcamos los acontecimientos personales y sociales en unos números que querríamos encerrar en una caja, confiando en que ninguna Pandora destape de nuevo los males que nos acechaban. Las costumbres para atraer la buena suerte y soltar el pasado son variopintas y todas reflejan el mismo deseo de mejora. Me ha tocado escribir el último día del año, así que, sin  comer doce uvas, llevar ropa interior roja, barrer la casa para purificarla, encender velas, vestir de blanco, saltar siete olas… confiando en que mi escepticismo no anule la posible buena suerte de la petición, les deseo que el año que estrenamos venga lleno de abrazos reconfortantes y sinceros; que cada mañana nos aporte fuerzas suficientes para arrostrar el día y que este venga repleto de alegrías y de amor; que la política nos permita creer de nuevo en ella; que la humanidad se vuelva merecedora de su nombre; que el próximo brindis sigamos estando todos y ni uno menos y que estemos bien, repletos de salud, energía y esperanza; que la solidaridad, las ganas de aprender y el respeto se vuelvan contagiosos; que el dolor y el miedo queden desterrados de nuestras vidas; que cada amanecer de dedos rosados sea un paso más para cumplir la utopía y que  la paz, el equilibrio, la igualdad, la ternura y la ilusión llenen nuestros días.