Son días raros. El calor
veraniego nos ha abandonado de pronto en mitad de un invierno frío, lluvioso, cargado
de viento cortante. Chaquetones, mantas y calcetines han reclamado protagonismo
cuando solo teníamos a mano la ropa ligera de playa. La lluvia cae con dureza,
con rabia. Dura poco. Tras la grisura, una preciosa y luminosa mañana para el
día de Todos los Santos. Será que este otoño se llevan los contrastes. Durante
la semana, pequeñas buenas noticias de
las que animan este andar se borran enseguida con el hecho terrible de la
muerte de una amiga de la infancia, guapa y alegre en el recuerdo. Pero nada
cambia en la distancia. “Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando”,
decía Juan Ramón Jiménez. La radio, camino del verde de la sierra, solo habla
de la muerte, no de la muerte real y cercana de mi amiga, habla de una empresa
valenciana que ofrece criogenización durante cien años, habla de los ritos,
habla de la conveniencia de llevar a los niños a hospitales y cementerios...
Lástima que los muertos no concedan entrevistas para completar las crónicas.
Ryanair cobrará por llevar equipaje de mano. Los bancos tendrán que asumir los
gastos de las hipotecas. Espera, parece que ya no. A ver qué dice el Supremo. No
sabemos dónde enterrar a Franco. Apago la radio y me viene a la memoria el
reclamo del lunes mientras atravesaba el mercadillo de Cádiz camino de una
reunión: “Niña, tres paraguas, dos euros”. Es absurdo que tres paraguas puedan
costar dos euros. Además, ¿para qué querría yo tres paraguas? Últimamente no
llueve tanto, solo sobre los recuerdos, los encoge.
Creo que se me ha ido de las manos. Quería
hablar de los contrastes, del peso del miedo y del dolor, de aprender a
disfrutar del verano antes de que llegue el frío, de qué pasará cuando las
mantas no protejan de la soledad… Quería también hablar de la esperanza. De
pronto se ha echado encima la noche. No voy a culpar al cambio de hora. Ya lo
decía al principio, son días raros.
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