sábado, 18 de noviembre de 2017

Cambio de perspectiva


Es fácil sentirse seguro cuando uno se acomoda a la seguridad. Sencillamente parece que los problemas no existen por el solo hecho de que no se ven. El refranero popular lo recoge muy claramente “ojos que no ven, corazón que no siente” o, como decía Gómez de la Serna en una de sus greguerías “Cartas que no llegan, corazón que descansa”. Es cierto que don Ramón se movía en un ambiente epistolar en el que las cartas que llegaban eran manuscritas y hablaban de sentimientos, mientras que su pensamiento es hoy más acertado que nunca en un entorno en el que las únicas cartas que se reciben, las mandan el banco, el ayuntamiento o hacienda. Y ninguna de ellas suele traer buenas noticias, por cierto. Pero estaba hablando de seguridad, de sentir que el estilo de vida es el adecuado, que el lugar en el que se vive es amable, que nos hemos recuperado de la crisis, que la violencia de género es una exageración, que las calles son seguras. No es una cuestión de alarmismo, pero basta salir del entorno confortable creado a nuestra doméstica manera, para darnos cuenta de que para mucha gente llegar a fin de mes es un auténtico calvario, hay muchísimas mujeres que sufren maltrato psíquico o físico a diario, existen demasiadas familias en las que los niños se crían sin guía, en la calle y a expensas de Telecinco, hay una parte de la población que se mueve entre violencia cada día... Hace unos meses, sin ir más lejos, lo presencié al pasar en coche por una calle no muy concurrida. Ante nosotros cruzó una chica y, detrás,  apareció otra que la agarró del pelo y la tiró al suelo. Las dos acabaron enzarzadas en una pelea de patadas, puñetazos y tirones de pelo. La contemplación de ese tipo de violencia, cuando no estás acostumbrado,  sobrecoge y sacude. Abre la ventana a otras vidas. Para dejar de ver el entorno como una postal fija, conviene de vez en cuando airearse, viajar, visitar otros barrios, conversar con gentes muy diferentes… en definitiva, ponerse en la piel del otro, cambiar  el enfoque. Cada uno observa la existencia desde su ventana. Pero podemos subir a una azotea y observar. El cambio de perspectiva estremece. También espabila y favorece la empatía. 

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