Es fácil sentirse seguro cuando
uno se acomoda a la seguridad. Sencillamente parece que los problemas no
existen por el solo hecho de que no se ven. El refranero popular lo recoge muy
claramente “ojos que no ven, corazón que no siente” o, como decía Gómez de la
Serna en una de sus greguerías “Cartas que no llegan, corazón que descansa”. Es
cierto que don Ramón se movía en un ambiente epistolar en el que las cartas que
llegaban eran manuscritas y hablaban de sentimientos, mientras que su
pensamiento es hoy más acertado que nunca en un entorno en el que las únicas
cartas que se reciben, las mandan el banco, el ayuntamiento o hacienda. Y
ninguna de ellas suele traer buenas noticias, por cierto. Pero estaba hablando
de seguridad, de sentir que el estilo de vida es el adecuado, que el lugar en
el que se vive es amable, que nos hemos recuperado de la crisis, que la
violencia de género es una exageración, que las calles son seguras. No es una
cuestión de alarmismo, pero basta salir del entorno confortable creado a
nuestra doméstica manera, para darnos cuenta de que para mucha gente llegar a
fin de mes es un auténtico calvario, hay muchísimas mujeres que sufren maltrato
psíquico o físico a diario, existen demasiadas familias en las que los niños se
crían sin guía, en la calle y a expensas de Telecinco, hay una parte de la
población que se mueve entre violencia cada día... Hace unos meses, sin ir más
lejos, lo presencié al pasar en coche por una calle no muy concurrida. Ante
nosotros cruzó una chica y, detrás, apareció otra que la agarró del pelo y la tiró
al suelo. Las dos acabaron enzarzadas en una pelea de patadas, puñetazos y
tirones de pelo. La contemplación de ese tipo de violencia, cuando no estás
acostumbrado, sobrecoge y sacude. Abre
la ventana a otras vidas. Para dejar de ver el entorno como una postal fija,
conviene de vez en cuando airearse, viajar, visitar otros barrios, conversar
con gentes muy diferentes… en definitiva, ponerse en la piel del otro,
cambiar el enfoque. Cada uno observa la
existencia desde su ventana. Pero podemos subir a una azotea y observar. El
cambio de perspectiva estremece. También espabila y favorece la empatía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario