
No sé hasta cuándo aguantaremos, pero por ahora
me parece que la capacidad para creer e ilusionarse del ser humano es
enorme. Así como en la niñez nos encantaba creer en el Ratoncito
Pérez o los Reyes Magos, ahora seguimos intentándolo con todo
aquello que pasa por nuestras pantallas. Hay cuentas que muestran
recetas aparentemente exquisitas que necesitan pocos ingredientes y
poco esfuerzo; otras ofrecen recomendaciones rápidas y fáciles,
trucos de limpieza que acabarán con la grasa incrustada en la base
de las sartenes o maneras de sembrar una fruta en una maceta y
obtener rápidamente una planta llena de flores y frutos. Otras, más
sofisticadas, juegan con la Inteligencia Artificial para ofrecer
animales gigantescos encontrados en las playas, como un enorme pulpo
de hipnotizadores tentáculos o un supuesto efecto atmosférico que
muestra un agujero inquietante en el cielo canario. Y caemos en ello
una y otra vez, queremos creer que es cierto, con una ingenuidad que
hace que caigamos también en las manipulaciones de expertos
timadores que solo pretenden acabar con nuestros datos o con el
contenido de nuestra cuenta bancaria. Hay timos absurdos y burdos,
pero de otros cuesta mucho defenderse. Luego viene la desilusión,
plantas quemadas, recetas incomestibles y, sobre todo, una sensación
de fondo de que nos han tomado el pelo.
Como
contraste, me encanta ver algunos comentarios en estas entradas,
gente sencilla que simplemente dice que son trabajadores del campo y
que jamás han visto que determinada planta se desarrolle con tanta
facilidad, advierten de efectos secundarios tras los remedios caseros
o solo insisten “no se lo crean, por favor, no se lo crean”.
Avisos que nadie oirá, apenas granos de arena en una bola de
mentiras.
Tanta
ilusión e ingenuidad se van transformando en cinismo y escepticismo.
La duda es qué efecto producirá a largo plazo esta constante
manipulación de la realidad. No sé si nos convertirá en seres
descreídos incapaces de confiar en nada (y esto es peligroso porque
igualará la ciencia a las patrañas) o, por el contrario, nos hará
aún más vulnerables y fáciles ante la realidad adulterada.
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