sábado, 26 de octubre de 2024

Bucear

Bucear

Aprender a leer no tiene vuelta atrás. Una vez que se domina la técnica, se hace incluso sin querer. Imposible estar delante de un cartel y no leerlo. Es un acto involuntario, inconsciente, a veces molesto, como cuando se está en la sala de espera de un consultorio médico frente a una norma, un anuncio o un aviso. Durante los largos y tediosos retrasos, se leen y se releen sin parar.

Hay una segunda forma de lectura curiosa, la mecanizada. Esta es consciente, sí, pero automática, permite pensar en otra cosa mientras se avanza sobre un texto. Es habitual cuando una parte del libro que tenemos entre manos nos interesa menos y las distracciones o preocupaciones que llevamos en la mochila se anteponen a la comprensión. Se avanzan páginas, pero no se obtiene nada de ellas. El problema viene cuando el lector se acostumbra a esta forma mecanizada de lectura. Cada vez resulta más frecuente, avanza entre nuestras nuevas generaciones y se extiende, como ellas dirían, de una forma viral. Lo vemos a diario en clase, es preciso parar y explicar cada planteamiento de una actividad, cada texto. Los ojos resbalan por las palabras pero no son permeables, como si se hubieran impregnado de un líquido repelente dejando a nuestro alumnado absolutamente fuera de lo que aguarda el interior de los textos. Ante el enunciado de un ejercicio, lo que más se repite es “no sé qué hacer”. Después de la lectura de un texto, resuena el habitual “no me he enterado”.

Me preocupa y me apena a partes iguales. Es obvio que se alejan de la lectura como una fuente de placer, de enriquecimiento, de conocimiento, pero es que, además, incapaces de desarrollar un espíritu crítico ante lo leído, se vuelven fácilmente manipulables. Volvemos a lo de siempre ¿qué hacer para que no se vean arrastradas estas generaciones tras un eslogan, una consigna simple y vacía? La principal tarea de todo el profesorado y no solo el de Lengua, es ahora intentar que nuestro alumnado consiga romper esa capa invisible pero dura para adentrarse en la comprensión y sugerencia que rezuma cada texto.

Sé que lo he dicho ya, la competencia de lo visual y lo inmediato no ayuda, apenas enseña a flotar cuando lo que se necesita es bucear.


 

Breve

Un reportaje sobre la música en Tik tok afirma que los usuarios no aguantan más de 30 segundos escuchando la misma canción. El testimonio de una chica lo confirma. Dice que cuando llega al estribillo, se cansa y cambia. Los productores explican que el impacto sobre los creadores musicales ya es obvio: las canciones de éxito han reducido su duración de manera que cada vez son más cortas y adelantan el estribillo para resistir al “streaming”.

Esta mañana, otro mini reportaje en las noticias de TVE pone su foco en tres creadores de música urbana. Uno de ellos, productor, asegura que ahora, con un mes de formación desde casa, ya se pueden hacer canciones que suenen en la radio.

Velocidad, inmediatez. Instagram Reels y TikTok están consiguiendo cambiar el comportamiento de los consumidores y, de paso, la capacidad de atención de nuestros adolescentes. Se busca entretener al usuario con una amplia variedad de contenido para evitar el aburrimiento y mantener su interés durante el mayor tiempo posible. La consecuencia obvia es la falta de paciencia. Se salta de una imagen a otra, de un vídeo a otro, de un tema al siguiente. No hay tiempo ni ganas para más. Vídeos de corta duración, fácilmente compartibles y, por tanto, con más posibilidades de volverse virales. Frases claras y directas, elementos visuales impactantes que capten rápidamente la atención.

Y funciona. Un reciente estudio, 'Nacer en la era digital. Generación IA', analiza las tendencias y uso de las pantallas de los jóvenes entre 4 y 18 años en cuatro países. Asegura que en España pasan 94 minutos al día conectados a la red social TikTok, lo que equivale a casi 24 días completos al año.

Es tan obvio que casi me da pereza forzar una conclusión. Simplificación, reduccionismo, falta de profundización, incapacidad para concentrarse en cualquier cosa que exija un esfuerzo, pérdida de tiempo, ausencia de espíritu crítico, borreguismo… Con todo este caldo de cultivo estamos siendo arrastrados a un pozo, lo intuimos y, sin embargo, no hacemos nada por evitar la caída. ¿De verdad queremos una generación menos inquieta, más simple, más perezosa y desmotivada, menos culta, más manipulable? Yo diría que sí.

Involucrados

 

El sábado pasado en la playa de La Caleta se celebró el espectáculo 'Gadir, el resurgir de los fenicios', que escenificaba la fundación de Cádiz. Era una propuesta de la compañía catalana La Fura dels Baus en coproducción con el Ayuntamiento. Hasta aquí sé que no he aportado nada nuevo, se hicieron eco los periódicos, las redes sociales y la noticia ha sido ampliamente comentada por los muchos portuenses que se acercaron a disfrutar del evento. Pero me gustaría abordar varios aspectos que me impresionaron tanto o más que el espectáculo en sí.

La organización me pareció impecable: puntualidad, control del número de personas que podía acceder para asegurar la comodidad y movilidad entre los diferentes focos de atención... El acceso, como era de esperar, fue muy gradual, ya que hubo gente que acudió incluso tres horas antes para asegurarse buena visibilidad. Pero es que la salida resultó igual de tranquila, la playa se desalojó rápidamente, no hubo aglomeraciones ni empujones y, hasta donde yo pude observar, el espacio que había sido ocupado quedó limpio, sin rastros de basura. Sé que puede parecer poco relevante, pero cuando se reúne una multitud de personas no siempre es así, más bien aparecen gritos, quejas, empujones, suciedad... Esta vez no se produjo nada de esto. El mismo civismo se observó también durante la representación ya que, exceptuando algún caso como el de un señor que estuvo todo el rato escuchando en alto los audios de sus conocidos y enviando él a su vez otros tantos audios a pleno grito, la gente estaba a lo que tenía que estar, y eso era precisamente a disfrutar del espectáculo que se ofrecía y, en la misma medida, a enorgullecerse de la participación de los gaditanos. Y es que, aunque muchos fuéramos a ver qué había hecho en esta ocasión La Fura, lo cierto es que, si no hubieran contado con la voluntariedad de los ciudadanía, con las academias de baile, las agrupaciones carnavaleras, los integrantes de la batucada, la intervención del bailaor flamenco Eduardo Guerrero... el éxito no hubiera sido el mismo. La propuesta era buena y la ciudad se involucró. Una fórmula estupenda.

Brisa

 

Si la previsión se cumple, cuando lean esta columna el sábado, el viento de levante desmentirá mis palabras, pero mientras las escribo parece que el tiempo meteorológico y el calendario se hubieran puesto de acuerdo en estas últimas semanas. Agosto cumplió con el calor y nos hizo pasar por temperaturas cálidas aliñadas con una humedad asfixiante. Septiembre ha comenzado clemente y las brisas se han encargado de refrescar la sensación agobiante que habíamos sufrido día y noche. En paralelo, la menor afluencia de turismo devolvía calles transitables, mesas libres, tráfico relajado, ruido mucho más soportable.

El miércoles salimos por el centro. Fue una delicia. Los últimos coletazos de turismo, mucho menos numeroso, más tranquilo, dejaba calles ambientadas y agradables, posibilidad de tapeo y de paseo, una grata impresión de haber recuperado una ciudad inapresable en agosto. Tomamos unos vinos, charlamos sin prisa con los amigos, disfrutamos de música en directo sin agobios… Es como si durante unas semanas de agosto, se abandonara la localidad con resignación a quienes la reconquistan con periodicidad anual.

No creo que haya que demonizar el turismo. Está claro que es una fuente de ingresos necesaria para la zona, pero habría que estudiar detenidamente qué medidas tomar para no cargarse la gallina de los huevos de oro. No creo que la turismofobia tenga sentido y, entre otras cosas, es incoherente porque quienes la asumen se convierten en turistas cuando salen de viaje a otros destinos. Se trata más bien de establecer medidas que protejan la ciudad y a sus habitantes; de atraer un turismo sostenible, que no haga la vida imposible a los vecinos que la habitan los doce meses del año. Cuidar la convivencia, sin más.

sábado, 6 de julio de 2024

Manos que saben

 


Cuando paso de una etapa de trabajo a otra de descanso, necesito proyectos manuales que me mantengan muy activa. Ordenar un armario, pintar una habitación, coser una cortina, hacer un cabecero para una cama… todo vale, pero mi labor favorita es la jardinería. Cavar, plantar esquejes, retirar hojas secas… hay algo especial en trabajar la tierra. No sé si tiene que ver con la memoria, que me trae dulces recuerdos de los gestos cotidianos de mi madre en verano quitando malas hierbas del jardín, no por obligación sino por placer, para evadirse de la tensión del trabajo en la pequeña empresa familiar, o una manera de conectar con el destino que eludió mi padre, procedente de una familia de campo. Lo que sí sé es que resulta terapéutico. No solo lo he visto en mis tíos, que se han mantenido en forma mientras han podido cuidar la tierra, sino que lo veo en muchas personas mayores que no se resignan a dejar de realizar tareas agrícolas. Un huerto o unas macetas ayudan a mantener el cuerpo activo y la cabeza en su sitio.

He terminado una novela de Jesús Carrasco, Elogio de las manos, que reflexiona sobre esto. El escritor protagonista encuentra un placer inesperado en reparar una casa de campo decrépita que ni siquiera le pertenece. Más allá de esa pasión por arreglar y construir algo útil con los materiales de que se dispone, sin comprar apenas nada, que es algo que yo hago desde siempre (a menudo con resultados chapuceros, aunque apasionantes y sanadores para mí, lo confieso), me gustó leer cómo el cuerpo encuentra la manera de reproducir un trabajo corporal que parecía olvidado “eludiendo la razón y la memoria”. ¿Dónde reside ese conocimiento que permite realizar movimientos coordinados, inconscientes y eficaces de asombrosa belleza? Es hipnótico contemplar a un buen artesano amasando pan, trabajando la madera… Mucho más a un músico, la rapidez y eficacia de sus dedos sobre el instrumento va más allá “del pensamiento consciente capaz de dirigir el pulso en cada una de sus notas.” Me admira apreciarlo en Santiago Moreno, por ejemplo, es mágico el modo en que sus dedos recorren el traste de la guitarra. Manos que saben, que acallan y aplacan a la razón.

Saber

 Veo en Instagram que un señor de 90 años se acaba de graduar en Bellas Artes en la Universidad de Barcelona. La motivación que lo impulsó la explica en un vídeo: con 82 años se compró una caja de pinturas, se puso a pintar y se hizo un lío muy grande, así que, dice con toda naturalidad, se matriculó en la facultad para que le enseñaran. Lo más fácil y agradable reconoce que han sido sus compañeros de clase, siempre dispuestos a ayudar. Una de ellos, jovencísima, reconoce que tenerlo al lado le ha aportado tranquilidad, referentes, una opinión razonada sobre lo que se traían entre manos. Miguel Ángel Gallo es doctor ingeniero industrial, profesor Emérito en la Universidad de Navarra y en la escuela de dirección IESE y tiene cargo en varios consejos de administración. Da gusto oírlo hablar. Lo hace desde la normalidad, con un saber estar contagioso y envidiable.

Encuentro tantas cosas estimulantes en esta noticia que me ha alegrado el día. Vivimos en una sociedad en la que reina el edadismo. Los mayores molestan; la palabra “viejo” se usa como insulto; la juventud se exalta hasta límites absurdos; la publicidad bombardea nuestras cuentas con recetas milagrosas para ocultar las señales de la edad ofreciendo productos contra las arrugas, las canas, la flacidez…

Por otra parte la cultura parece haber pasado de moda. Constato cada día que esa culturilla general a la que se aspiraba hasta hace no mucho y que no tenía nada que ver con títulos sino con la curiosidad y el respeto por el conocimiento está desapareciendo. Pintores, escritores, músicos… han dejado de ser referentes comunes; se rinde culto a la ignorancia, se presume de no saber nada; surgen “pseudopolíticos”que utilizan las plataformas de internet para aprovechar este desconocimiento en su favor y construir así discursos basados justamente en la desinformación, el odio, la apología de la violencia, los bulos…

. En un ambiente así, el afán por aprender más allá del título universitario, el reconocimiento de la riqueza que aporta el encuentro intergeneracional, la ovación de los jóvenes que compartían acto de graduación con este señor resultan tan inspiradores que le han cambiado el color al día. Gracias.


sábado, 8 de junio de 2024

La vida en pausa

Pepe Mendoza, nuestro reciente pregonero, a quien tuve el honor de hacer la presentación el lunes pasado en la caseta Helo-libo, decía, en una entrevista previa al pregón en este Diario, que “La Feria es un descanso de los afanes diarios en la que caben todas nuestras ganas de celebrar, nuestras alegrías, nuestros anhelos, nuestra necesidad de buscarnos y encontrarnos entre los otros. Esos días de fino y rosas devuelven siempre la confianza en la vida”. Reflexión que, como ya nos tiene acostumbrados, es un acierto.

El éxito de este encuentro anual no ha evolucionado como tantas otras cosas en función de las apps y las últimas tecnologías, sino que se alimenta de una dieta bastante tradicional: encuentros reales, cara a cara, música, baile, gastronomía y, lo fundamental, el consenso de hacer un paréntesis en nuestras vidas. Los problemas, que siempre los hay, se quedan fuera. No desaparecen, claro, seguirán acechando a la vuelta de la esquina, pero todos necesitamos (tanto que debería ser un derecho constitucional) olvidarnos de ellos durante un rato, de los que tienen solución y de los que no; jugar a que no existen; olvidar que “pasa la vida y no has notado que has vivido cuando pasa la vida”; que “nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir”.

Así que esta semana solo les deseo que puedan hacer una pausa en sus vidas; que tengan en casa una percha lo bastante fuerte como para poder colgar en ella la mochila de sus problemas y acercarse sin ellos un rato al recinto ferial para disfrutar de unas risas con los amigos armados de una copita de fino sostenida con elegancia y heroísmo en su mano. Después de todo, ya lo dijo Calderón, “¿Qué es la vida?: un frenesí. ¿Qué es la vida?: una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.” Pues soñemos, que para eso tenemos el lujo de disponer de esta cita anual.


 

sábado, 25 de mayo de 2024

Mirar el cielo

Estuve años ansiando un limonero. Mi entorno los lucía en sus jardines tan cargados que daban ganas de alargar la mano y coger algunos solo para que no se desperdiciaran. Mi padre en la casa familiar tenía uno, hermoso y generoso, capaz de madurar por los menos 200 limones a la vez. Yo quería el mío. Me encanta su olor, el verde perenne de sus hojas, la posibilidad de cogerlos yo misma. Planté varios y se estropeaban, no daban fruto aunque yo los trajera del vivero con algún limón colgando como prueba de que realmente los sabían hacer. Mi hermano me había regalado otros cítricos para intentarlo, probamos con un naranjo, un pomelo... Nada.

Finalmente he conseguido uno. Se ha adaptado, es lunero, echa flores en cualquier época del año. Me gusta ver el milagro del fruto engordando y cambiando de color. A veces me desespera su lentitud. Pasan meses hasta que transmutan totalmente el verde por el amarillo y, cuando lo hacen, es como si se contagiaran, maduran casi todos a la vez.

Tengo una amiga que va este fin de semana a coger cerezas a Las Hurdes a la finca de su hermana. El año pasado se perdió toda la cosecha; este año hay poca también. Se les abren en el árbol. Cosas del tiempo, parece. La higuera de otra amiga, de higos riquísimos, no consiguió madurar sus brevas la pasada primavera y esta parece que tiene también problemas para endulzar sus semillas. Habrá que esperar a los higos. El huerto de una agricultora portuense donde nos surtimos de riquísimas y ecológicas frutas y verduras, va campeando el temporal de plagas, sequías, heladas y lo que toque. Solo tiene tomates de temporada, por lo que llegado el buen tiempo, vigila las tomateras, espera con los dedos cruzados a que alcancen el punto exacto para cogerlos.

El campo. Tiempo, saber hacer y paciencia, mucha paciencia para no desesperar cuando viene una plaga o cae una helada a destiempo o una granizada traicionera o deja de llover durante meses... Sin embargo, salgo a la calle y me topo con las ofertas ¿cinco kilos de tomate pera a 3,50? No puedo dejar de pensar en la frustración de quienes viven de la tierra ¿A cuánto sale su trabajo?¿Cómo no desesperar cuando no se atienden sus protestas?


viernes, 26 de abril de 2024

Horizonte y frontera

 

Teníamos que comprar unos zapatos para una señora mayor en silla de ruedas a la que se le han hinchado mucho los pies. Llevarla a ella de compras era inviable. Por suerte me acordé de una tienda de barrio conocida por su enorme variedad de zapatillas y alpargatas, Calzados Loli. Evidentemente tenían la solución: podíamos llevarnos 3 ejemplares de distintos modelos, probárselos in situ y otro día, cuando nos viniera bien, devolver los sobrantes y pagar los que más nos interesaran. No nos conocían, no nos pidieron nada a cuenta, solamente nos asesoraron y se fiaron de nosotros.

Esta forma de hacer las cosas era muy habitual cuando yo era pequeña. En mi familia, a mi padre le gustaba comprar y tenía buen gusto, sin embargo, a mi madre le daba mucha pereza hacerlo así que, si necesitaba un bañador, por ejemplo, él iba y le traía varios modelos para que ella se los probara en casa tranquilamente y decidiera.

Defender hoy día este modelo de venta sé que no tiene sentido, acabará siendo arrollado. Me doy cuenta de que resistirse es agarrase inútilmente a un estilo de vida que está por desaparecer. Pero sigo creyendo en las ventajas del pequeño comercio frente a los inconvenientes de las grandes superficies y las compras por internet.

No quiero, sin embargo, parecer uno de esos seres gruñones, que solo añoran el pasado mientras su entorno se da cuenta de que son ellos los que no saben adaptarse al futuro. No creo que cualquier tiempo pasado sea mejor, ni mucho menos, lo que pasa es que tampoco estoy dispuesta a dejar ir sin pelearla una forma de vida más humana en aras de la fría masificación.

Así las cosas, este fin de semana, gracias al estupendo curso de cine impartido por el crítico Javier Ocaña, he encontrado referentes en los que apoyarme, lo cual siempre viene bien. Han sido ni más ni menos que los personajes de John Ford, ese filmador de crepúsculos que tan bien retrató a los seres que se movían en la frontera. Todavía me sigo quejando de los mismos asuntos, pero ahora me encuentro menos sola, he aprendido a entrever qué buscaba John Wayne cada vez que se marchaba con sus insólitos pasos de nuevo hacia el horizonte...



sábado, 13 de abril de 2024

Sin boquerones

 

Sin boquerones


El otro día salí con prisas a comprar pescado. En el camino de ida, alguien me llamó desde un coche. Al volverme, salió un señor calvo y con gafas de sol oscuras que me dio un abrazo muy efusivo. Me costó reconocerlo. Era un antiguo alumno al que di clase mi primer o segundo curso escolar aquí en El Puerto cuando él tenía unos 14 años y yo ni siquiera había cumplido los 30. Estaba recogiendo a su hijo pequeño en la puerta del colegio. Me puso al día de cómo había conseguido superar una mediocre vida de estudiante hasta hacerse un profesional capacitado y amante de su trabajo. Estaba satisfecho.

Al llegar a la pescadería, había mucha gente en cola y, además, los boquerones que iba buscando no tenían la buena pinta que yo esperaba, así que decidí volverme a paso rápido para no tener la sensación de haber salido para nada. Iba caminando al solecito todavía fresco de la semana pasada y el encuentro me había hecho ralentizar el paso, disfrutar la salida. De frente, venía una señora bastante mayor, bajita. Caminaba a paso lento y se apoyaba en una muleta. Me sonreía desde lejos hasta que al cruzarme con ella me dijo de forma muy cariñosa y simpática: “¡Qué buen cuerpo, hija, a ti te ha dado tu padre el que a mí no pudo darme el mío!”. Me hizo mucha gracia, me paré a darle las gracias y echamos unas risas.

Volví antes de que acabara el recreo sin boquerones, pero con una sonrisa de oreja a oreja cargada de buenas vibraciones gracias a los dos encuentros inesperados. Creo que a esto se le puede llamar serendipia, el hallazgo que surge de manera casual, cuando se está buscando otra cosa. Pero estaba pensando que no sé si tenemos una palabra para lo contrario, cuando no se busca nada, pero algo se filtra en el día para fastidiarlo. Lo más tonto: una rendija que cuela el frío y corta el cuerpo, una llamada de teléfono que no apetecía recibir, un comentario desagradable de alguien que se choca contigo, una comida que se empeña en pegarse o quedar sosa...

Qué frágil es el estado de ánimo y qué frágiles somos. Seres sensibles expuestos emocionalmente. Qué pronto dejamos que se nos nuble el día aunque no tengamos una palabra para denominarlo.

martes, 19 de marzo de 2024

Metamorfosis

 

En esta época del año, abrir la ventana cada mañana supone una sorpresa. La primavera entra a saco. Es un espectáculo observar la transformación que provoca. “Cambia, todo cambia”, cantaba Mercedes Sosa. Así, es también evidente que el tiempo nos cambia a todos, pero parece lógico pensar que haya una forma de ser o de sentir que permanezca más o menos intacta. El transcurrir del tiempo, esa creación humana, significa un transitar por la vida en la que nos tropezamos con multitud de personas, vivencias, éxitos y fracasos. Creo que la manera de enfrentarse a ellos y las consecuencias que se deriven de ese enfrentamiento son las que pueden hacer mella en la persona.

Por otra parte, crecer exige una adaptación. Cambia el cuerpo, se renuevan las células, pero también la forma de pensar y de vivir debe ir amoldándose a la transformación. Quedarse atrás, sufrir excesivamente por la infancia o la juventud perdida, conlleva un coste personal y social. Personal porque si vivimos el resto de nuestra vida como un exilio de la infancia, seremos incapaces de reconocer todo lo interesante que pueda ofrecer cada etapa. Social porque nadie quiere tener que soportar las consecuencias de relacionarse con alguien con complejo de Peter Pan. Todos conocemos a gente así, niños grandes que pretenden seguir viviendo como adolescentes; caprichosos, ajenos al sentido de la responsabilidad, incapaces de medir las consecuencias de sus actos por el resto de sus días. Hacen gracia un rato, luego solo apetece poner distancia de por medio.

Y es que, por mucho que duela, es patético anclarse al pasado, no es heroico ni sano ni tiene ningún sentido. No podemos cambiar la realidad, de modo que lo más inteligente es vivirla como una metamorfosis, tratar de no perder la esencia entendiendo que lo fascinante es justamente el desafío de la vida con sus cambios, su dolor, pero también sus oportunidades.

La otra postura, dejar que la indiferencia, como decía Cernuda, marque nuestro vivir es rechazar la posibilidad de madurar y, con ella, una parte importante de nuestra existencia. Difícil en una época teñida de edadismo, pero absolutamente necesario si se busca la felicidad.

sábado, 2 de marzo de 2024

 

Me topé hace poco con un vídeo en el que el actor Asier Etxeandía recitaba con mucha fuerza el poema “Distinto”, de Juan Ramón Jiménez. “Lo querían matar/ los iguales/ porque era distinto” dice el comienzo de un texto que acaba con este ofrecimiento: ”lo que seas, que eres/ distinto/ (monte, camino, rosa, río, pájaro, hombre): si te descubren los iguales,/ huye a mí,/ ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.” Me sentí impactada. Las palabras escritas hace casi cien años encajaban a la perfección con la personalidad no solo del actor vasco, sino con la situación de multitud de personas que todavía sufren por ser distintas. El arte, en general, ha sido refugio de infinidad de seres atormentados por no encajar. “Aparte, como naipe cuya baraja se ha perdido”, escribía también Luis Cernuda, otro poeta sensible y particular, distinto.

En el fondo ese acierto para trasladar a unos versos un sentimiento con el que cualquiera puede identificarse es lo que hace “clásico” a un autor. Por desgracia, cualquier edad es válida para entender el poema, es fácil haberse topado con una situación, aunque sea aislada, en la que se ha padecido por no encontrar iguales; sin embargo, para asumir la diferencia y vivirla como un beneficio, para sacar pecho de esa diferencia, creo que hace falta haber alcanzado cierta edad y haber superado ciertas experiencias vitales. Solo así se puede asumir la condición de ser distinto. Y es que nos han hecho creer que existe una normalidad, un patrón al que hay que amoldarse para triunfar socialmente (signifique eso lo que signifique). Solo más tarde se comprende que ser anómalo es también abrazar la libertad, renunciar a reglas impuestas por otros que pueden llegar a anularnos.

Pero hay esperanza. Al mismo tiempo que me encuentro a diario con jóvenes que sufren la diferencia, empieza a ser habitual encontrar a muchos otros que la asumen y hacen de ella su bandera; que no aspiran a encajar ni entienden de moldes sino que se sienten cómodos inventando nuevas formas de expresión. Y espero que esta nueva actitud se expanda porque solo así se conseguirá mejorar la deteriorada salud mental de las nuevas generaciones.

sábado, 17 de febrero de 2024

Alternativas

Este 14 de febrero, fecha que no tengo por costumbre celebrar, me preguntaba si entre la juventud actual pervivía esa idea pseudorromántica de celebrar el día de los enamorados. Por una parte me inclino a pensar que no, pero por otra, veo que la publicidad sigue apostando fuerte por esta idea y no suele disparar en vano. Sea como sea, me alegra constatar que las actitudes son variadas, que se alejan de la uniformidad que había hasta hace poco. Si la fecha es una excusa para celebrar el éxito de una relación, perfecto, y si no la hay, pues no veo que eso provoque una depresión como reflejaban las películas americanas hasta no hace mucho, en las que la chica, si no tenía con quién celebrar San Valentín, sentía que su vida estaba vacía.
Y es que venimos de una larga tradición en la que el patrón por el que se medían las relaciones era único. Pareja heterosexual en la que él corteja y asedia hasta conquistar. (El tufillo bélico del vocabulario no era, por cierto, casual). Luego, rendida la plaza, ya no se sabía qué cabía esperar. Así, durante generaciones, la mayoría de las chicas han aspirado a que un chico apareciera en sus vidas para rescatarlas, realizarlas, darles sentido... Es el cuento ya felizmente obsoleto de la princesa que es rescatada por el príncipe azul.
Bueno, no sé si tan obsoleto porque compruebo que gran parte del cine comercial sigue reproduciendo esos papeles. Pero de lo que sí estoy segura es de que el patrón ya no es único. Quiero pensar que las nuevas generaciones son más libres, que las chicas ahora se rescatan a sí mismas y que los chicos ya no sienten la presión de tener que ser el elemento fuerte que sostiene y salva.
La idea del amor se ha hecho más amplia y cabe casi todo. El reto es que continúe por ese camino sin caer en el extremo contrario, es decir, que no pasemos de ser educados por las edulcoradas producciones clásicas de Disney como Blancanieves o La bella durmiente a ser deseducados por ese acceso fácil y gratuito a la pornografía que ahora tanto nos preocupa. Habrá que seguir pendientes.


sábado, 3 de febrero de 2024

Intereses y apatía

 


Es un lugar común pensar que jóvenes y adolescentes tienen menos interés e inquietud que las generaciones anteriores. Ahora no se le llama pasotismo sino apatía, pero la queja es la misma. No sabemos cómo incentivar y conseguir atraer su atención. Sin embargo, es obvio que esta percepción no puede ser cierta puesto que, inevitablemente, cada generación, cuando se hace adulta, sigue teniendo esa misma opinión sobre quienes vienen detrás. Está claro que el salto generacional es el culpable de la valoración negativa. Se olvida que es una etapa de transformaciones en la que cambian las prioridades, los cuerpos, los hábitos... cobran especial interés las relaciones sociales y a la mayoría les cuesta aceptarse en relación al resto.

Hoy hablaba con mis grupos de Bachillerato sobre qué tema escoger para practicar la escritura de un texto argumentativo (vale 2 puntos en la temida “selectividad”) y me pedían no tener que desarrollar nada relacionado con el machismo ni los móviles ni la ecología ni el cambio climático… Y, sin embargo, con distintas variaciones, son los temas sociales que salen una y otra vez porque imaginamos que son temas actuales que les interesan, de los que conocen algo y ante los cuales han adoptado una postura. Pero les aburren, les parecen gastados. Creo que lo más sorprendente es que los consideran temas políticos. Una vez más habría que hacer autocrítica y preguntarse por qué la igualdad de género o la ecología, fundamentales para el desarrollo del ser humano, se perciben como posturas políticas. O se consigue que la igualdad sea una aspiración general y deseable para hombres y mujeres o no se avanzará demasiado. Y si la aspiración de un mundo sostenible no es una meta común, sabemos que el planeta se convertirá en un lugar cada vez más inhóspito para sus habitantes.

Ahora el reto es tratar de averiguar qué interesa y preocupa de verdad en estas edades ¿un buen rendimiento académico, una buena imagen corporal, no ser rechazados por sus iguales, crisis existenciales, relaciones de pareja, la relación con la familia...?

No creo en la apatía, sé que disimulan. Algo les tiene que importar de verdad. Por ahora, les sigo preguntando.

sábado, 20 de enero de 2024

Enero

 

A mí, que siempre me gusta recuperar la rutina, confieso que enero me cuesta un poco. Los días de frío se instalan aprovechando las vacaciones y el instituto a la vuelta se presenta inhóspito, helado. Cuesta echarlo a andar en unos días en que sus habitantes andan con la cabeza en otro sitio, asimilando la resaca de tanta reunión, tanta salida, tanta cabalgata, tantos regalos, luces, ruido…

Las noticias no ayudan. Comprobar que continúan los conflictos armados; la campaña americana estadounidense con Donald Trump aprovechando los juicios contra él para presentarse como víctima de una conspiración; la sorpresa de que haciéndolo cada vez consigue más votos a su favor; el anuncio de la necesidad de crear una app capaz de impedir a los menores el acceso a la pornografía una vez que se ha hecho patente que se deseducan en ella incluso niños menores de 12 años; la constatación de que ahí está en parte la causa del aumento del número de agresiones sexuales en adolescentes; la humedad pringosa de esta época del año... Podría seguir para encontrar el origen de la necesidad de recogerme que me asalta estos días. La comparto porque no es una sensación solo personal, sino que encuentro en mi entorno a muchas personas que me manifiestan esta misma especie de desidia, de globo que se deshincha y es difícil volver a inflar. No es mi caso, pero encuentro que es bastante común haber puesto demasiadas expectativas en las fiestas pasadas, en el año nuevo, en la lotería…

Quizás todo este cúmulo de circunstancias hace difícil la vuelta a la normalidad donde todo sigue (felizmente por otra parte) más o menos como se dejó, pero ahora se enfrenta con menos ganas.

Tal vez es necesario dar entrada sin sentimiento de culpa a este estado que se asienta de vez en cuando y que exige una parada, un poco de inactividad antes de volver a conectar con las exigencias e incluso con el disfrute. Yo encuentro estos días un placer especial en calentar una habitación y recogerme en ella con mi música, mi puzle, mis lecturas…

Después de todo, por estos lares enseguida estará de nuevo la primavera llamando a la puerta.