¿Todos tenemos un don?
Probablemente sí. Otra cosa es que se nos permita vivir
de él. Si fuera así supongo que el trabajo nos haría en general más felices. En
mi caso tengo la suerte de trabajar en algo que me apasiona, pero soy
consciente de que no es demasiado fácil ni común. Empiezo con esta reflexión
porque en estos días de ocio y familia paso mucho tiempo con mis hijos y
sobrinos. Hablar con ellos es un placer, uno cree rejuvenecer rodeado de tanta
energía y potencial. Es obvio que cada uno tiene algo que lo hace especial y,
sin embargo, las preocupaciones de los adultos en torno a ellos se mueven
buscando alternativas que, en lugar de desarrollar este don o habilidad,
permitan, como mucho, conservarlo dentro de un espacio para el ocio. A veces me
parece que se trata de arrinconar la pasión, de domesticarla para que ocupe una
parcela cómoda fuera del peligro de querer dedicarse a ella. En mi familia, un
lugar especial lo ocupa la música. La otra noche, después de oírlo cantar
durante un buen rato, mi hijo nos explicaba que siempre va a la facultad
escuchando música con los cascos y que a veces una canción le gusta tanto que
la pone en bucle y entonces lo aísla de tal manera, que cuando la canción acaba
y vuelve a los sonidos ambientales, tiene la sensación de que al mundo real le
falta algo. Su abuelo lo animó a no abandonar nunca la guitarra, la composición, el canto…, pero advirtiéndole,
como hemos hecho todos, que no podría vivir de la música. Y ante su contundente
respuesta me sorprendió el no saber si alegrarme por la madurez que
transparentaba o entristecerme por haberlo “educado” demasiado. Su respuesta
fue: “abuelo, yo solo espero que con tu edad, siga disfrutando mientras toco la
guitarra tanto como lo hago ahora”. De esta reflexión sale mi deseo de año
nuevo: que el mundo se vuelva tan sabio que sea capaz de dar a cada uno la
oportunidad de vivir de lo que le apasiona hacer. Si los sistemas educativos y
los gobiernos aprendieran a valorar la diversidad, a sacarle partido en lugar
de medirnos a todos por los mismos raseros en una estúpida lucha por la
competitividad, otro gallo nos cantaría. Pues eso ¡por un mundo más igualitario
y más justo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario