
lunes, 26 de noviembre de 2018
Superhéroes

sábado, 17 de noviembre de 2018
Los abandonados
Hace treinta años que apareció por primera vez un cadáver en nuestras costas fruto del naufragio de una patera. Desde entonces, unas 6.700 personas han perdido la vida en el Estrecho. Duele incluso el hecho de no poder afinar el dato, pero son muertes anónimas que por no tener, a veces no tienen ni cadáver. Otras sí, dejan rastro como la de estos últimos días, frente a Caños de Meca. Un chorreo de cadáveres, como si se tratara de una efeméride de aquella primera de 1988. Los números que arroja son escalofriantes y van deshojando los niveles de crueldad: 1500 euros la cifra que pagaron por una embarcación precaria, 150 los metros que distaban de la costa cuando chocó contra una roca y se produjo la tragedia, 25 las horas que pasaron en el mar… Pero curiosamente, al mismo tiempo que estos naufragios despiertan la solidaridad de parte de la población, producen también un sentimiento de rechazo del que brota la necesidad de protegerse, no de los muertos, claro, sino de los posibles vivos que podrían instalarse y amenazar nuestro estatus de privilegio. Así, mientras crece un movimiento de indignación, crece también otro que se radicaliza gracias al miedo y que está ganando tantos seguidores que ya tiene presencia en los parlamentos europeos. Sería más lógico culpar a las mafias que se aprovechan de esta necesidad de huida, o exigir mejoras en las condiciones de vida de los países de origen, sin embargo, como matamos al mensajero, culpamos al desgraciado que consigue sobrevivir y se atreve a pedir un hueco en el paraíso. Yo me descubro ante aquellos que adoptan la postura más incómoda poniéndose a disposición de los que no tienen voz. La semana pasada vi también esa entrega en las Jornadas que tuvieron lugar en Cádiz buscando apoyo y soluciones al problema del Sahara Occidental, otros abandonados. Hoy mismo estos hombres y mujeres humanitarios celebran en la Peña El Chumi una comida solidaria para recaudar fondos, para mostrar apoyo, para intentar que no se olvide a este pueblo que fue español. Lo tienen difícil, hasta nuestras costas no asoma su tragedia, eso les priva incluso de encontrar un hueco en nuestros medios de comunicación.
sábado, 3 de noviembre de 2018
Miscelánea
Son días raros. El calor
veraniego nos ha abandonado de pronto en mitad de un invierno frío, lluvioso, cargado
de viento cortante. Chaquetones, mantas y calcetines han reclamado protagonismo
cuando solo teníamos a mano la ropa ligera de playa. La lluvia cae con dureza,
con rabia. Dura poco. Tras la grisura, una preciosa y luminosa mañana para el
día de Todos los Santos. Será que este otoño se llevan los contrastes. Durante
la semana, pequeñas buenas noticias de
las que animan este andar se borran enseguida con el hecho terrible de la
muerte de una amiga de la infancia, guapa y alegre en el recuerdo. Pero nada
cambia en la distancia. “Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando”,
decía Juan Ramón Jiménez. La radio, camino del verde de la sierra, solo habla
de la muerte, no de la muerte real y cercana de mi amiga, habla de una empresa
valenciana que ofrece criogenización durante cien años, habla de los ritos,
habla de la conveniencia de llevar a los niños a hospitales y cementerios...
Lástima que los muertos no concedan entrevistas para completar las crónicas.
Ryanair cobrará por llevar equipaje de mano. Los bancos tendrán que asumir los
gastos de las hipotecas. Espera, parece que ya no. A ver qué dice el Supremo. No
sabemos dónde enterrar a Franco. Apago la radio y me viene a la memoria el
reclamo del lunes mientras atravesaba el mercadillo de Cádiz camino de una
reunión: “Niña, tres paraguas, dos euros”. Es absurdo que tres paraguas puedan
costar dos euros. Además, ¿para qué querría yo tres paraguas? Últimamente no
llueve tanto, solo sobre los recuerdos, los encoge.
Creo que se me ha ido de las manos. Quería
hablar de los contrastes, del peso del miedo y del dolor, de aprender a
disfrutar del verano antes de que llegue el frío, de qué pasará cuando las
mantas no protejan de la soledad… Quería también hablar de la esperanza. De
pronto se ha echado encima la noche. No voy a culpar al cambio de hora. Ya lo
decía al principio, son días raros.
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