Sé que puede resultar cansino
leer a quien periódicamente parece fijarse en aspectos negativos de la
existencia. Corre una el riesgo de convertirse en una “enfadada” de la vida y
nada más lejos de la realidad. Me encanta sacarle partido a lo pequeño del día
a día, que es lo que en definitiva puede construir algo cercano a la felicidad.
Dicho esto, estoy ante la página en blanco y, aunque me gustaría escribir sobre
algo más alegre, insustancial, no sé…, ligero, reconozco que desde primera hora
de la mañana, mientras me vestía escuchando la radio, se me quedaron
enganchados dos anuncios publicitarios que me pusieron de mal humor. El
primero, de unos conocidos grandes almacenes, decía algo así como “que no te
engañe, tu pareja también es de esas”. Resulta que el anuncio era para incentivar las
compras por el día de los enamorados y venía a decir que, por mucho que una
mujer le quite importancia a esta fecha, ella también quiere recibir un regalo.
El segundo anuncio resaltaba la dureza de ser padre y a continuación planteaba
“¿te has preguntado si ser padre compensa?” La respuesta, claro, es el sorteo
extra del día del padre porque, por lo visto, si te toca, compensa. Sé que los
dos anuncios parecen ingenuos y a lo mejor podría dejarlos pasar, pero me
enfada esa tendencia a la uniformidad lanzada una y otra vez desde los medios
mayoritarios porque, por supuesto que uno puede ser disidente del pensamiento
único, sobre todo cuando se alcanza cierta edad o si se crece en un entorno especial que favorezca la crítica,
pero para la mayoría de la población, sobre todo la gente joven que está en
proceso de formación, el relanzamiento de estos tópicos va asentando como
verdades, falacias de las que es difícil escapar. Ni ser padre es un rosario de
sufrimientos, ni ser mujer implica tener arrebatos pseudorrománticos por San
Valentín. Estamos ante burdos mensajes que repiten unos papeles casposos. Es la
perversidad de la masa, que no surge de ella sino que es provocada y aireada
por quien tiene el poder, es decir, el dinero. Así que, perdón, pero otra vez
me ha salido un texto quisquilloso. Y, por cierto, no, ni yo ni muchas de las
mujeres que conozco, somos “de esas”.
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