Que sepa el frío que por ahora ha
perdido la batalla. Cuéntale que aunque amague con volver, esta temporada ya
nadie lo tomará en serio. Que se entere de que el viento puede soplar, pueden bajar
las temperaturas, volver los cielos grises y llover, pero este invierno, como
las golondrinas de Bécquer, no volverá. No, porque ha roto la primavera, ha
estallado la luz. Hemos probado en nuestras pieles el abrazo del sol de abril,
hemos olido el verano, lo hemos atisbado en estos días, saboreadas las tardes
inacabables, perezosas. Abiertos los armarios, nos hemos echado a la calle. Tomados
los parques, playas, terrazas, campo… Hasta la cuneta más fea, los solares más
abandonados, se hacen nobles estos días salpicados de flores multicolores y
verde intenso. “Eres tan cursi, hija, que no hay por donde cogerte”, recriminaba
Gloria Fuertes a la primavera. No somos indiferentes al verde reciente, incitante
incluso en las ortigas, las acariciarías, tan vivo es su color. Nos hemos instalado
en la primavera. Y sabemos, lo hemos vivido ya, que esta templanza no es
definitiva, pero no hay vuelta atrás. A partir de ahora, esta luz radiante
estará presente o agazapada, pero se desbordará, ingobernable, en cuanto las
nubes se descuiden. Nos hacemos naturaleza al sentir el ciclo de la vida en
nuestras ganas de calle, al notar que estamos vivos, que huele distinto, que sentimos
distinto. Nos permitimos soñar, revivir infancias, retomar anhelos. Estos días…
Es una primera sensación zalamera (“La primavera besaba/ suavemente la
arboleda…” escribía Machado) y engañosa. Es un espejismo. Una amante esquiva. Un
estallido de vida que dura apenas unos días, luego se va, o nos acostumbramos. Y
quedará la luz, el color, pero ya no sabremos verlo ni apreciarlo de la misma
forma. Porque los humanos no entendemos de regodeo primaveral. Nos cansamos o exigimos más. Nos quejaremos de las alergias, del calor excesivo o insuficiente, algo habrá. “Con la primavera/ viene una ansiedad/ de pájaro preso/ que quiere volar”, advertía José Martí. “Primavera loca de soles y de trinos”, decía Gabriela Mistral. Pasará, pero por ahora con N. Guillén “¡De qué callada manera se me adentra usted sonriendo…!”
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