sábado, 31 de octubre de 2020
Adaptación
sábado, 17 de octubre de 2020
Huellas
Que tenemos ganas de alargar la sensación de vacaciones y verano es un hecho. Que el miedo al coronavirus lo mantenemos a raya para conseguir esa misma sensación de verano, parece que también.
El lunes pasado se leía este titular en el Diario de Cádiz: 'Overbooking' en la Sierra: colas en los bares y colapso en la ruta del Majaceite. No fue el único lugar, quienes pasaron por nuestro centro histórico pudieron comprobar las aglomeraciones, e incluso colas, en las calles Misericordia y Luna como en los mejores momentos de julio y agosto. A mí, que me encanta la calle, pero no los apelotonamientos, me ha apetecido optar por encuentros puntuales con amigos y salidas al aire libre a pie o en bici. Ha sido un lujo, no tengo otra manera de decirlo. Kilómetros y kilómetros de carriles y entornos naturales sin salir apenas del perímetro de El Puerto. En concreto el paseo por el parque Guadalete lo hicimos prácticamente en solitario, sin divisar más que intermitentes grupos de bicicletas. El entorno verde y la vista del agua invitaban al relax y la comunión con la naturaleza. Por eso nos sorprendió tanto que, al asomarnos al mirador y disfrutar de las vistas espectaculares sobre el río y las Salinas, no viéramos otra huella humana que la ya habitual, merenderos vacíos con los (parece que inevitables) atributos del dominguero: botellas de plástico y bolsas abandonadas en las mesas.
Me resulta inconcebible que alguien que busca un paraje natural para su ocio no tenga al menos la empatía suficiente con quienes puedan venir después para dejar el lugar tan limpio como se lo encontró. El mirador, por cierto, está equipado con cubos de basura de colores para facilitar el reciclado. Aún con esto, tengo que decir que mucho peor resultó el rastro humano sobre carriles de interior: sillones, sofás desvencijados, lavadoras inservibles, restos de puertas… enseres todos abandonados sobre caminos y cunetas. En este caso, no parece obra de quien busca la naturaleza, sino de quien ve natural dejar su basura delante de la casa de otro.
Sea como sea, es una muestra más de la falta de civismo y respeto por los espacios comunes. Como otras muchas cosas, se arreglaría con más educación
martes, 13 de octubre de 2020
Silencio
Los anhelos y deseos, a veces, deberían quedarse en eso, meras esperanzas a las que aspirar, quimeras para seguir soñando. Sin embargo, la realidad se las arregla para retorcerse y, en uno de sus pliegues, dejarnos delante de alguno de esos deseos cumplidos. El resultado, con el que no contábamos, es el desagrado. Me ha pasado, por ejemplo, con escritores o cantantes que admiraba de una forma platónica y excesiva cuando era joven. Por una de esas cabriolas de la vida he tenido la suerte de conocerlos y, por supuesto, me han decepcionado por el único pecado de ser demasiado reales. Había una canción, “Rueda de bailarina”, que cantaba Ana Belén con letra de Chico Buarte y Edu Lobo que me encantaba. Hablaba de todo lo que en la imagen de una bailarina clásica no se ve: “Ni las uñas sucias/ ni diente con comida/ ni rastro de una herida/ no se ve...”
Estas últimas semanas me ha vuelto a pasar. Soñaba con un instituto de pasillos despejados, sin empujones, sin gritos ni temor a que el juego adolescente nos acabara empotrando contra el pomo de una puerta o el extintor de incendios. Y se ha hecho realidad. Mira por donde esta vuelta al cole con protocolos para la “nueva normalidad”, nos ha dejado ante un sinfín de normas de circulación, limpieza, horarios adaptados, obligatoriedad de mascarillas… que ha despejado y silenciado pasillos y aulas. ¿Y ahora qué? Que no contábamos con que el alumnado, parapetado detrás de una mascarilla, sentado de uno en uno y conviviendo solo con la mitad de su clase (y esto durante días o semanas alternos en muchos casos) se encontraría también sin ganas de participar. El silencio lo ha ocupado todo, la distancia social ha hecho, al menos de momento, que las aulas se calmen y silencien de una manera antinatural.
Sé que encontrarán el modo, que se acostumbrarán, como nos acostumbramos a casi todo, a esta diferente manera de relacionarse que se nos impone por necesidad, pero por ahora echamos de menos la cercanía, el barullo, la intensidad adolescente de rostros completos que sonríen y se enfadan a boca descubierta. Y, por otra parte, qué triste tener que acostumbrarse a esto ¿no?