domingo, 29 de diciembre de 2019

Enredos

Se me enredan objetos, situaciones y emociones. A veces no puedo tirar una prenda de vestir porque conservarla es retener a alguien o un momento queridos. He recuperado blusas de mi madre solo porque me la traen de vuelta ahora que hace ya tanto que se fue. Las canciones se vuelven banda sonora de un viaje en familia, un baile de dos cuerpos que se rozan, un fin de fiesta loco con los amigos... 

Tirar es desechar, deshacerme de lo que me dolió o no me dijo nada: una camiseta porque me hizo daño quien me la dio, un jersey entretejido con un momento que quiero olvidar o un regalo al que temo porque viene de alguien con mala suerte. Este verano, un curso de danza aérea se me enredó con el último verano de mi padre. Ese espacio de paz y luz guiado por el encanto y buen hacer de Sergio, lo revivía en casa cuando lo contaba para distraer a mi padre de una vejez que se iba volviendo irrefrenable. 
Esta mañana a solas con la bici por la margen del río, disfrutaba de la ciudad que se despertaba despacio, sin resaca, después de un puente largo. Esquivé a un pescador, radio en ristre, que me lanzó una canción como una red. Voy a perder la cabeza por tu amor, si te quiero y quiero de esta forma loca que te estoy queriendo. Me ha martilleado en la cabeza mientras cambiaba el río por el mar. Yo no soy la ola que golpea la roca, soy de carne y hueso. Ha seguido conmigo de vuelta sin saber ya qué hacer con las quince capas de ropa que me sobraban en un día que levantaba frío y se tornaba caluroso. Y quizás mañana oigas de mi boca vaya usted con Dios… No me la he quitado de encima cuando la cadena de la bici ha petado y me ha obligado a volver andando varios kilómetros. Cuando yo creo que estás en mi poder… La he conservado hasta llegar a casa sudada, llena de grasa y con la determinación de dar por bueno el trastorno de la vuelta si con eso pagaba al universo el placer de la mañana feliz que me había entregado. Recuperado el equilibrio, estamos en paz. Tú te vas soltando, te vas escapando de mis propias manos… 
He buscado en Google quién cantaba esa canción, me la sé entera. No sé qué viví con ella para enredarla tanto, lejos de la madeja. 



sábado, 14 de diciembre de 2019

En verde


El previo a la cumbre del clima, la semana de la cumbre del clima…. Pero las redes sociales se entretienen hablando de estupideces. Se centran en Greta y polemizan sobre ella. Porque grita, porque está seria, porque está manipulada, porque hay otras activistas también jóvenes y desconocidas, de lugares más remotos,  a las que no se les hace caso... ¿Qué más da? Me  parece que todos estos comentarios no son otra cosa que distracciones de lo que de verdad importa: el clima está cambiando, queda poco tiempo para frenar la catástrofe, hay que hacer algo ya, todos somos culpables. Esa es la cuestión.
Me resulta infantil y frívolo que, en lugar de estar proponiendo medidas personales, grupales, comunitarias, autonómicas, nacionales, europeas, mundiales… sigamos como si no pasara nada entretenidos en cotilleos de salón. Greta no importa. Si la están manipulando, no importa. Lo que importa es que su mensaje quiere llegar a los jóvenes que, entre otras cosas, siguen usando plásticos, ensuciando calles, playas y montes, consumiendo por encima de sus posibilidades y contribuyendo, en suma, al problema general. No sólo los jóvenes, claro, todos formamos parte del sistema.
Lo que salga de la cumbre es fundamental, pero insuficiente si el ciudadano de a pie no se conciencia de verdad. Será difícil porque lo que se necesita es cambiar todo un sistema de consumo basado en el despilfarro y la contaminación. Lo que tendríamos que estar haciendo, como parte culpable del problema, es pensar de qué manera contribuiremos para solucionarlo. Si queremos que sea efectivo, tiene que ser drástico y tiene que empezar ya. Cada acto cotidiano, lo que se compra, lo que se consume, lo que se despilfarra… tiene una huella medioambiental que no podemos permitirnos.  No basta el postureo, hay que actuar. Y no es una cuestión política, no hay izquierdas ni derechas en esto, hay un único reto común: salvar la vida en el planeta, aunque solo sea por el egoísmo de que pueda disfrutarlo la siguiente generación.
Yo quiero un planeta en verde y quiero que mis hijos lo disfruten también. Adaptar mi modo de vida para conseguirlo no es una opción, es un ejercicio de responsabilidad.

sábado, 30 de noviembre de 2019

Rarezas


De un tiempo a esta parte me ha dado por preguntarme qué porcentaje de vida dedicamos a la ficción. Me explico. Vivimos inmersos en la bulla del día a día, enfrascados en resolver problemas desde el insignifiante qué vamos a comer hoy a la preocupación por nuestros mayores o qué hacer para llegar a fin de mes, cada cual con sus cuitas. Luego, una vez aplacados los picos de intensidad, se ansía el respiro, un rato al sol, una cerveza en la calle, un ratito de manta y sofá… En este punto, muy pocos son capaces de quedarse sin hacer nada, paladeando la pausa. Contra el temido horror vacui, se suelen buscar formas de evasión: series, novelas, películas, partidos, juegos, compras, viajes, cualquier cosa antes que no hacer nada y dar entrada al pensamiento. “No me ralles”, dicen los adolescentes  cuando se les enfrenta a una situación comprometida que obliga a la reflexión.  Y para no rallarnos, nos lanzamos a buscar una distracción a la que agarrarnos. Pero es raro, ¿no? Quiero decir, que los únicos seres con conciencia de serlo necesiten olvidarse de ello para no ser infelices. Y sin embargo, así es. Necesitamos nuestra dosis de ficción para no perder pie. Valgan como ejemplo las series. Hoy día, uno de los temas de conversación más manidos es el de ¿tú, qué series sigues?  Entre zombies, nazis, vikingos, bufetes de abogados, fenómenos extraños y enredos políticos, hay quien se pega unos atracones de empacho, liquidándose una temporada completa de una tacada o dos. 
Yo soy consumidora de series, pero moderada, incapaz de ver más de un capítulo seguido sin  perder interés. Y lo más curioso es que me acabo de dar cuenta de que realmente, salvo raras excepciones, en quien estoy interesada es en los personajes pequeños, normales, gentes que viven su vida con baches  y la sortean con buen humor. “Mira lo que has hecho”, de Berto Romero, “Vida perfecta”, de Leticia Dolera, la británica “Catastrophe”...  En resumidas cuentas, que mi evasión consiste en diluir mi vida en la vida ficticia de personas tan normales y faltas de brillo como yo. Lo demás, la ciencia ficción, los zombies y los enredos políticos, para mí, son ruido. Raro ¿no?

sábado, 16 de noviembre de 2019

Noviembre


Recuerdo una conversación con una amiga, hace unos años, en la que nos preguntábamos qué momento del año nos gustaba más. Yo dije noviembre y ella se extrañó porque le parecía que era una elección insulsa en medio de la vorágine de meses con más festividades y celebraciones. Yo justamente lo escogía por eso, porque me parecía un mes en el que encontraba una especie de refugio en la rutina dulce, una vez acomodados los días al cambio de hora, lejos todavía la Navidad, a salvo de la necesidad urgente de hacer planes... Si uno puede creer por un momento en el tiempo como un lugar donde establecerse, tiene que ser noviembre, porque noviembre, como la infancia, parecía durar más que el resto del año, de la vida.
Sin embargo, algo debe de haber cambiado cuando, mediado el mes, sigo sin poder complacerme en los días más o menos iguales, pero apacibles, con el regalo oculto de la cotidianeidad aceptada. Y no sé a qué o a quién echar la culpa, si al cambo climático que ha hecho que hasta el lunes pasado no haya tenido que cambiar la ropa de verano en el armario (con su consiguiente irritación al enfrentarme al eterno dilema de qué tirar o guardar), o a la crispación de las últimas elecciones, o a la campaña navideña que esta vez ha empezado pronto y con fuerza. Estaba todavía en tirantes lavándome los dientes en el baño, cuando en la radio irrumpió un anuncio para reservar cuanto antes ¡la cena de Nochevieja!
Lo cierto es que me noto un poco crispada, demasiado consciente del ruido del entorno, harta de noticias, memes, vídeos reenviados…  y creo que definitivamente lo que me pasa es que echo de menos mi ración anual de un noviembre manso. Así que me he tomado la tarde libre, he encendido la chimenea y me he sentado en mi sillón del salón con una infusión en la mano, dispuesta a pasar el rato leyendo y vagueando, en cuanto termine de escribir esta columna.
Y es que, a veces, además de planes, trabajo, actividades, celebraciones y otras bullanguerías, una necesita un ratito de silencio, arrebujada en una mantita y en paz.

martes, 5 de noviembre de 2019

El brillo de la rutina


Hace unos días mi hermana me mandó por whatsapp un archivo de voz que no sabía que tenía. Había dejado el móvil en una tienda para que le arreglaran no sé qué cosa y le volcaron toda la información que contenía en un pendrive. Le llamó la atención una carpeta que decía “grabaciones de voz” y al abrirla se encontró con una conversación de ella misma con nuestro padre, recientemente fallecido. La grabación la hizo aparentemente el teléfono por su cuenta y llegó a nosotros por casualidad, pero al abrirla nos encontramos con la voz de mi padre, la de hace dos veranos, fresca, clara, alegre después de un viaje para celebrar con mi otra hermana su veinticinco aniversario de boda. Y era mucho más él que nuestro recuerdo, que cualquier foto o vídeo.
 ¡Qué extraña es la vida! Intentamos retenerla con fotos y vídeos casi siempre de celebraciones y actos especiales para tratar de que no la arrastre el olvido, pero solo conseguimos un álbum falso que salta de hito en hito, de fiesta en fiesta, de acontecimiento en acontecimiento, como si eso fuera vivir, cuando lo cierto es que la mayor parte del tiempo la pasamos en rutinas, pequeñas acciones, charlas sobre problemas nimios o inabarcables, planes, dudas sobre qué vamos a comer hoy o qué has hecho en el cole. Yo es lo que más echo de menos. Me gustaría poder recordar el día a día de mi niñez, de mi adolescencia, de cuando mis hijos eran pequeños, los momentos que no graban una foto o un vídeo, las comidas y cenas alrededor de la mesa contando las minucias, el acontecer diario. Me gustaría tener acceso a los pequeños gestos, aquí un beso, allí un achuchón, una risa inesperada, un enfado, todos los abrazos. Qué regalo que de pronto, en medio de este olvidar lo que de veras nos fue haciendo quienes somos, aparezca la voz de mi padre mostrando en cada giro, en cada modulación del tono, en cada risa, una de esas rendijas de cotidianeidad cargadas de sentimiento y amor diario por las que se nos ha ido colando la vida. Parecería una escena sacada de una peli futurista, pero por una vez y por azar,  escucharlo ha sido recuperar un momento destinado al olvido y su voz nos ha confortado tanto como uno de sus abrazos.

domingo, 20 de octubre de 2019

Data


Artificial Intelligence, Brain, Think
  En una conversación de café nos quejábamos una vez más de las inoportunas llamadas al fijo o al móvil a las 4 de la tarde para vender, hacer una encuesta, obtener información…. Un amigo, cliente de Vodafone, comentó que había recibido una llamada supuestamente de la compañía para ofrecerle un descuento en la tarifa si se acogía a la oferta en ese momento, para lo cual le pedían ¡su número de teléfono! En este caso era una estrategia para obtener su número, pero lo que no dejo de preguntarme es por qué es legal esta invasión en nuestra intimidad, cómo hemos permitido que nuestros datos circulen por ahí para acabar tejiendo una red entorno a nosotros, víctimas consumistas rodeadas de ofertas cada vez más y más ajustadas a nuestro perfil.


Alguno me dirá que esto se debe a la aceptación de las cookies y a la información que damos a través de las redes sociales, pero no es del todo cierto. Las empresas crean campañas con ofertas y regalos que se obtienen tras rellenar un formulario que el cliente cumplimenta sin saber que está dando su consentimiento para ceder esta información a terceros. La venta de datos es un negocio muy lucrativo, existe una gran industria que los recopila y organiza para su uso publicitario. El precio de un lead (persona con datos verificados) varía entre los 2 y los 15 euros. En nuestra conversación de café, otro amigo nos pasó la página en la que, mediante un calculador creado por The Financial Time, podemos saber cuánto valen nuestros datos. Yo lo probé y mi perfil es bajo, solo unos 0,97 dólares.


Se supone que este negocio está muy controlado en Europa, pero en la práctica las grandes empresas con presencia en todo el mundo hacen uso de los datos sin tener en cuenta las leyes locales. Las plataformas digitales ya conocen nuestras preferencias mejor que nosotros y no queda hoy espacio para hablar de cómo los procesos algorítmicos usan los datos para perpetuar prejuicios raciales y de género e incluso cómo se manipulan para obtener beneficios políticos.


Estamos llegando más allá de las distopías que idearon autores como Orwell. Aunque nos creamos libres, cada vez caemos más y más en las garras de esta era de consumismo atroz e insostenible.

sábado, 5 de octubre de 2019

Dulce octubre, abandonado invierno

Octubre nos adentra en el calendario con la calidez confortable de los abrazos. El sol declinante combinado con el poniente suave de estos días cae sobre nosotros con íntima familiaridad. Atrás queda la contundencia del sol castigador de los meses pasados. Con esa misma hospitalidad nos recibe la playa, silenciosa y acogedora, abierta todavía a cualquier escapada, a chapuzones tardíos, a paseos largos en ropa de verano. Octubre en El Puerto es un regalo, una vuelta suave a la rutina, lejos de las estridencias y ruidos de los veraneantes.

Los días se acortan de manera natural, todavía se permite la flexibilidad en las costumbres, los excesos veraniegos se van abandonando con la misma naturalidad con la que el sol se retira cada día un poco antes ofreciendo a cambio un espectáculo de colores, de mareas largas... Octubre es así hasta el cambio de hora. Entonces, lejos de la suavidad otoñal, la falta de luz nos encierra con brusquedad en un invierno que aún está por llegar. Es en ese momento cuando el portuense parece decidir que se recoge y solo volverá a salir en Navidad, Semana Santa, feria, fiestas patronales... El centro, abandonado por turistas y autóctonos, no conseguirá encontrar, como sí lo hacen las playas, el encanto de un atuendo apropiado para la ocasión y se seguirá moviendo entre la decadencia sin gracia y la desolación. 

No tendría por qué ser así. El Puerto, que todavía vive de las rentas de un nombre ganado en otros tiempos, podría buscarse a sí mismo y encontrar una fórmula que recuperara el ambiente de sus calles, el comercio del centro, la agitación propia de lo que tiene vida... Mientras los portuenses no se tomen en serio la necesidad de un auténtico y profundo plan rehabilitador, no se conseguirá salir del estado en que nos encontramos y seguiremos entonando con resignación y pasividad la odiosa cantinela de “El Puerto está muerto”. 

A la espera del cambio, disfrutemos del dulce otoño confiando en que, con la caída de las hojas, se venga abajo también la pasividad y brote algún estímulo que nos haga reaccionar

domingo, 22 de septiembre de 2019

La vida como un juego


Resultado de imagen de game over

Dicen los expertos que el éxito de los videojuegos reside en la posibilidad de pasar niveles y establecer un ranking. De este modo, el jugador sabe siempre dónde está. Mira atrás y reconoce como logro el camino recorrido ayudado por un marcador de puntos, estrellas, medallas, velocidad… Todo marca un nivel de éxito. La satisfacción, aunque efímera, es inmediata.
Fuera del videojuego, uno no sabe dónde está, qué ha conseguido. Fantasea con los relatos personales o sociales para asentarse en un itinerario sin certezas, donde ninguna pantalla de colores asegura que se ha hecho lo correcto. La visualización del camino recorrido no es fácil, entre otras cosas, porque se descartaron bifurcaciones, surgieron dudas, se perdieron vidas que el tiempo no va a recuperar. Asoma, en cambio, la culpa, se asienta la sospecha de que una decisión diferente pudo llevarnos a un destino quizás más feliz para nosotros o los nuestros.
     Las redes sociales tienen, asimismo, mecanismos de enganche que reclaman a los suyos: hace tanto que no has entrado, te has perdido esto en tu ausencia, tus amigos han publicado mientras no estabas, tienes nuevos seguidores... De este modo, la cuantificación crea una vida falsa, pero fácil en la que la soledad, el dolor profundo y la pérdida no existen. Alguien muere en la vida real y su perfil de Facebook sigue lleno de mensajes, páginas de actualidad con noticias que uno ya no leyó, logros deportivos que ya no se vivieron, sugerencias de amistad, fotos sonrientes que no envejecen…

    Nos reinventamos a cada rato, pero los sofisticados mecanismos de distracción que ideamos no son otra cosa que modos de evasión para olvidar quiénes somos, cada vez más lejos de entender los márgenes de la vida. En las antiguas maquinitas, teníamos un número limitado de monedas para gastar y, al perder la partida, con el aborrecible letrero de “Insert coin to continue” sabíamos que aquello se había terminado. En los actuales videojuegos, el “Game over” ya no es el final, siempre se puede saltar a otro juego. Así, enfrascados en videojuegos y relaciones virtuales estamos cada vez más lejos de entender esta hermosa y cruel oportunidad de vivir de la que disponemos solo durante un tiempo irremediablemente finito.

sábado, 24 de agosto de 2019

¿Derecho de admisión o de rechazo?


Cuando era pequeña y me esmeraba en observar el mundo adulto para entenderlo, lo hacía con esa sed de aprenderlo todo que solo tienen los niños. Había muchas cosas que se me resistían (algunas sigo sin entenderlas), pero recuerdo especialmente el mensaje oscuro de algunos carteles. “Coto privado de caza” y “Reservado el derecho de admisión” eran dos de los que más se me atragantaban. El primero me resultaba terriblemente confuso. Me explicaban que era un lugar para cazar, pero para mí el término “privado” solo tenía el significado de “prohibido” o “carente de”, de manera que no me quedaba claro si era un lugar dedicado a la caza o donde se la prohibía. Ahora que lo entiendo, todavía no dejo de pensar que habría sido mejor si lo hubieran llamado “Coto de caza privado”.

“Reservado el derecho de admisión” me sigue inquietando. Y es que una cosa es el espíritu de la ley (garantizar el cumplimiento de requisitos legales creados para impedir el acceso a personas violentas a un evento o espectáculo) y otra muy diferente el uso que se le da (prohibir la entrada de manera subjetiva a toda persona que no vista o calce a gusto del portero de una discoteca). El BOJA lo deja muy claro en su artículo 6 cuando señala que las restricciones nunca pueden suponer “discriminación o trato desigual de las personas que pretendan acceder al establecimiento público basadas en juicios de valor sobre la apariencia estética”. Es decir, el propietario puede fijar alguna norma, pero debe haber sido previamente aprobada y sellada por la Administración y la lista de los requisitos de exclusión (que no pueden ser arbitrarios ni discriminatorios) debe aparecer bien visible junto al cartel que contiene el dichoso “reservado el derecho de admisión”. Entonces, ¿cómo es posible que los fines de semana de verano aumente la edad permitida para entrar a un local o los porteros veten determinadas camisas o zapatillas o incluso obliguen a los chicos a quitarse los pendientes para acceder? ¿Una camisa con palmeras es más amenazante que una con botoncitos en el cuello o el peligro emana directamente de los pendientes? ¿Quién dicta estas normas de elegancia? Me parece que se trata de un caso más de chulería y abuso.

viernes, 9 de agosto de 2019

Verano


Un tiempo raro, las vacaciones de agosto. Y no estoy hablando ahora del tiempo climático, que también, sino de los días llenos de claroscuros que se suceden entre la dulce pereza de las vacaciones, cuando el tiempo vuelve a dilatarse como en los veranos de la infancia, cuando se recuperan hábitos que los “por hacer” del resto del año habían expulsado de los horarios, cuando una mirada a las noticias, los periódicos o Facebook nos envuelve en las absurdas contradicciones de la existencia. Tiroteos en Estados Unidos, en El Paso…; un millonario futbolista no se decide a cambiar de equipo y de ciudad para instalar su escandaloso sueldo; el avance del ébola; una marca china elabora unos calcetines que se pueden usar durante seis días sin lavar porque acaban con las bacterias causantes de los malos olores; un buque cargado de historias dramáticas de abusos, injusticias y dolor lleva cinco meses en alta mar sin encontrar puerto para desembarcar a las 120 personas, 32 menores de edad, que consiguieron salir del infierno para dejar de creer en el paraíso; el último informe de la ONU avisa de que queda muy poco tiempo para salvar el planeta; Trump y sus estrategias; la campaña andaluza sobre malos tratos usa fotos de mujeres sonrientes sacadas de un banco de imágenes europeo; las redes se vuelven locas con la app que envejece… 
Y así mediamos agosto jugando a la felicidad, mientras miramos a hurtadillas y con desconfianza las ocurrencias de un verano más que será inevitablemente un verano menos. Por ahora, en esta inestabilidad veraniega el horizonte sigue estando ahí, donde el sol insiste en amaneceres serenos y puestas de sol cargadas de esperanza. Tiempo de gozo, de reflexión, de incertidumbre. “Ojalá que la aurora no dé gritos que caiga en mi espalda”, cantaba Silvio. “No me dormiré, no me dormiré en toda la noche, veré la primera raya del alba en esa ventana”, escribía Cortázar.
La esperanza de la aurora.

sábado, 27 de julio de 2019

Los más tontos

Antes de que mi amigo Pepe vuelva a hacer notar mi viraje a lo Rodríguez de la Fuente, diré que el verano me incita a la observación de la naturaleza en vivo y mediante documentales. De ahí que caiga en estas reflexiones sobre el comportamiento humano y animal. Tendemos a creer que somos los más inteligentes y sociales y, aún siendo cierto, lo es con matices. Hay primates que se las arreglan para acicalarse unos a otros y así relajarse. Los perros de la pradera viven en grandes comunidades que pueden llegar a los mil individuos y tienen vigilantes que alertan al resto del peligro. Hay muchos otros animales que colaboran para vigilar, cazar o defenderse. Así lo hacen leones, delfines, cebras, lobos… Pájaros de poca envergadura se mueven como en enjambre frente a la amenaza de halcones o búhos de modo que, al colaborar, se protegen todos. Hay un interesante estudio que demuestra que especies cuya cooperación ha evolucionado, son capaces de colonizar ambientes hostiles, mientras que aquellas en las que los individuos no se cuidan entre sí, no sobreviven. Abejas y hormigas tienen incluso repartidas las tareas de funcionamiento. Las hormigas coloradas pueden unirse en enormes grupos formando balsas vivientes, si así lo necesita la colonia para atravesar un río o sobrevivir a una crecida.
R. Margalef afirmaba que la evolución tiene que bailar al ritmo de los cambios constantes del ambiente y solo sobrevivirán los organismos mejor adaptados. Si la teoría de los darwinianos es cierta, los humanos tendríamos que estar adaptándonos para cambiar lo que dentro de poco será irreversible. No veo, sin embargo, una preocupación auténtica. Cierto que el poder está en manos de unos pocos, pero si nos unimos y cooperamos ¿no somos muchas más las hormiguitas obreras? La unión hace la fuerza, otorga un poder inimaginable. Una maroma es resistente porque muchos frágiles hilos se entrelazan en un solo cuerpo. El problema es que no aceptamos el “sacrificio” que comporta: comprar menos, reciclar más, cambiar un poco el estilo de vida... 
O tomamos conciencia de la realidad o demostraremos ser los animales más tontos, capaces de aniquilarnos en masa por puro egoísmo. 

martes, 16 de julio de 2019

De viajes


El hombre moderno (entendiendo por hombre ser humano, según la etimología de la palabra) ha decidido hace tiempo que la forma correcta de mostrar a su entorno que las cosas le van bien es viajando. Más recientemente, viajando y publicando en las redes sociales fotos de su viaje. Así, pasa buena parte de su tiempo preparando el día en que las vacaciones le permitan lanzarse en busca de la ansiada experiencia. 

Pero hay formas y formas de viajar. El turista prefiere no involucrarse. La desconfianza, el temor o simplemente su propia forma de ser, le hacen observar sin intervenir, como si asistiera a un documental del lugar que visita desde el sofá de su casa. El viajero, por su parte, tratará de mezclarse con el ambiente, probar la comida local, entender las formas de vida. Yo he coincidido con turistas en Estambul que se quejaban insistentemente al cocinero porque los platos turcos llevaban cilantro, por ejemplo. Hasta aquí, todo bien. Somos diversos. Y masa. Se empieza a tomar conciencia de que esa masificación del turismo lo hace, además, altamente contaminante (no hay más que ver las imágenes de esos colosales cruceros abalanzándose sobre Venecia). 

Y, aún así, se ha conseguido dar un salto en la calidad del viaje. Ahora se exige que el lugar de acogida no tenga ni una sola incomodidad derivada de las características naturales que lo hacían apetecible. Se hizo viral el vídeo del ganadero asturiano que se burlaba del dueño de un hotel rural que había logrado que un juzgado clausurase un gallinero porque el sonido que emitían sus gallinas molestaba a los clientes. Ahora nos ha llegado el caso de Maurice, un gallo de la isla de Oleron, en el suroeste francés, al que han sentado en el banquillo porque canta demasiado temprano. 

Los pisos turísticos de alquiler creciendo sin control ya están obligando a los ciudadanos a abandonar el centro de las ciudades. Si el turismo rural empieza a limpiar el campo de campanas de iglesia que repican, gallos que cantan y vacas que mugen, todo quedará convertido en parque temático. No sé qué pensarán ustedes, a mí me parece triste y estúpido viajar a ciudades sin vecinos y campo sin animales. 





viernes, 28 de junio de 2019

Basura


Me agobia la basura: trastos, papeles, envoltorios que no quiero o no sé tirar, ropa vieja, sábanas gastadas, tarros de cremas, cables inservibles, cargadores obsoletos o estropeados, publicidad superflua en el buzón…. Me agobia tener que estar siempre seleccionando qué debo tirar y qué guardar. Me agobia la inutilidad de lo ya usado y me crea una extraña inquietud que me pide darle un segundo uso. Pero guardar “por si acaso” es siempre una trampa. En el trabajo, a estas alturas de junio se impone la limpia. Institutos y colegios se esmeran en cerrar definitivamente un curso para entrar en otro y en ese afán, la decisión de qué tirar se vuelve a veces una tarea terriblemente farragosa. Farragosa y polvorienta, no apta para alérgicos. Recientemente escuché en la radio una pregunta extraña, les pedían a los colaboradores  del programa que dijeran si ya habían hecho testamento para que alguien borrara su huella digital tras su muerte. Los más jóvenes contestaron, evidentemente, que nunca se les había ocurrido, pero un señor del que no recuerdo el nombre dijo que, por supuesto, él había testado que uno de sus hijos borrara todo lo que no fuera biográfico o  tuviera un interés cultural. No sé si me produjo más extrañeza la cuestión planteada o la respuesta.
La basura que generamos como especie adquiere unos tintes realmente preocupantes. Antes eran los desechos más o menos orgánicos, luego nos agobió la basura espacial que van dejando los satélites abandonados en sus órbitas, más tarde los enormes vertederos de basura electrónica y altamente contaminante (parece que por ahora son “solo” 50 millones de toneladas anuales entre electrodomésticos y aparatos electrónicos, pero en unos años  la cifra se hará realmente apabullante) y ahora caemos en la cuenta de los millones de cuentas y datos repartidos por la red ocupando un espacio absurdo.
Cuando un animal muere, solo deja su cuerpo en descomposición. Éste es otro rasgo que nos separa de ellos. En nuestro intento por hacernos inmortales, nos agarramos a tantas cosas que cuando llega el inevitable final dejamos de nuestro paso mucho más que una huella. Generamos basura e inventamos nuevas maneras de ensuciar. Curioso.

sábado, 15 de junio de 2019

¿Adoctrinamiento?

Esta semana el alumnado andaluz se ha enfrentado a la temida selectividad. El primer examen, Lengua, partía de un texto literario en la opción A y de un texto periodístico en la B. El texto periodístico recogía el dolor por el cruel asesinato de Laura Luelmo y advertía de que eso no hará que las nuevas generaciones de mujeres vuelvan a encerrarse en el miedo y la cautela en que se educaron las generaciones anteriores. En Twitter, un señor que se presenta a sí mismo como filósofo, crítico político y cinematográfico y cuyo nombre pienso omitir para no darle la más mínima publicidad, lo comentaba así: “En el examen de Andalucía, Pepa Bueno sobre feminismo de género y extracto de Los girasoles ciegos sobre memoria histórica. Lo malo es que pretenden adoctrinar hasta en exámenes; lo bueno, que son previsibles y cabe responder lo políticamente correcto”. 


El mismo día del examen escucho en la radio un dato que me sorprende sobre el consumo de pornografía en España y me paro a buscar datos. Resulta que un reciente estudio de la Universidad de las Islas Baleares titulado “Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales” deja sobre la mesa afirmaciones tan alarmantes como que “el primer acceso a contenidos pornográficos de los jóvenes españoles en internet se anticipa a la etapa infantil, con edades tan tempranas como los 8 años”. La investigadora Carmen Orte ha afirmado que “el vídeo porno más visto en la actualidad en internet escenifica una violación en grupo muy violenta". Los vídeos de este tipo de nueva pornografía albergan prácticas como "sexo sin preservativo o presencia de violencia abierta con estrangulamientos o fuertes golpes". Según Pornhub, el único de los grandes portales de acceso gratuito que publica informes de actividad, se registran tres millones de visitas por hora y mueve cada día ocho veces más volumen de datos que Facebook. 


No hay mucho más que decir. Más allá de ideologías políticas, nadie querría que su pareja o sus hijos se hubieran educado en el sexo a través de estos modelos, modelos que luego se ponen en práctica en la vida real. Entonces, ¿por qué seguimos frivolizando con la violencia de género, por qué permitimos que luchar contra ella se considere adoctrinamiento?





viernes, 31 de mayo de 2019

Humanos



Este sábado se despierta caluroso y bullanguero aquí, en el recinto ferial de El Puerto de Santa María y en la romería de Martos, mi ciudad natal. Este fin de semana, casualidades del calendario, la mayor parte de la gente que conozco y quiero estará entregada a pasarlo bien.  Los componentes clave serán el vino, la música, el baile, los amigos y la comida. No sé si en este orden exacto. Son encuentros sociales que en su celebración subrayan las características que hacen que los humanos seamos tan diferentes del resto de los seres vivos. Una de ellas es precisamente el carácter social, la capacidad para interactuar. Los animales no celebran fiestas, no  se preocupan por lo que piensa el otro, no crean arte, no componen música más allá de ciertas especies con determinadas cualidades musicales y mucho menos son capaces de inventarles letras. Los animales no tienen capacidad para la metáfora.
E. Punset (vaya de paso mi modesto homenaje al  magnífico divulgador científico que fue) en una de sus entrevistas en Redes revisaba con M. Gazzaniga  la reciente certeza de que realmente los seres humanos somos especiales y únicos. Entre las diferencias más llamativas está la complejidad de nuestro lenguaje y la capacidad de abstracción que nos brinda el arte. Arte que, incluso cuando perdemos nuestro yo, no se pierde del todo. Los cuidadores de los que sufren la terrible enfermedad del olvido saben bien que una música concreta es capaz de sacar al enfermo de su ensimismamiento. El otro día, sin ir más lejos, en un encuentro de academias de flamenco, una señora muy mayor con Alzheimer se le “escapó” a su familia de entre el público y se puso a bailar siguiendo el ritmo y disfrutando de la música.
Si esta no fuera una columna festiva, me pararía a reflexionar sobre por qué, entonces, nos cuesta tanto valorar las artes que nos hacen tan humanos. Por qué resulta tan difícil ganarse la vida con la música, la danza, la pintura o la escritura. Por qué no se les da un lugar primordial en los planes de estudio para que aprendamos a disfrutar con ellas.
Pero estamos de fiesta. Reafirmemos nuestra humanidad dejando que el color, la música, el baile, el vino y los amigos nos hagan pasar una magnífica feria y romería.


viernes, 17 de mayo de 2019

Abubilla en la ventana




Una abubilla ha entrado en el dormitorio. Al advertir mi presencia huye con rapidez, pero enseguida golpea insistentemente en la ventana del baño. Más tarde la oigo picotear con obstinación, diría que casi con rabia, en el otro dormitorio. Por último, prueba en la ventana del estudio. El Levante azota con fuerza. Con mucha fuerza. La abubilla se coloca entre las rejas de la ventana para sujetarse y no tener que irse de allí. ¿Habrá anidado en algún rincón dentro de casa y quiere recuperar su espacio? ¿Tendrá miedo de los enormes mirlos negros que últimamente campan a sus anchas, con desvergüenza, por el jardín?



La búsqueda de información en internet no ayuda mucho. Predominan las inquietantes páginas que pretenden interpretar los signos de modo esotérico. No, no quiero seguir por ahí. El Levante tira al suelo los nísperos maduros. Este año los gorriones no vienen a comerse la fruta. Cuando me doy cuenta de su ausencia, recuerdo haber leído en algún sitio que el número de gorriones, asiduos a los asentamientos humanos desde hace 10.000 años, se está reduciendo de modo alarmante. Busco el dato: 30 millones menos de gorriones en 10 años. Se ve que la contaminación y la ausencia de comida y lugares para anidar están minando su supervivencia.

  Sin embargo, como si se tratara de compensar su ausencia, las hormigas parecen haber decidido colonizarnos y están ganando terreno. Su trabajo menudo, pero persistente, acumula por doquier montoncitos de arena que sacan a fuerza de horadar las rendijas de las baldosas, las junturas del escalón de entrada… Imagino los cimientos de la casa invadidos por miríadas de hormigas empeñadas en socavar silenciosamente nuestras entrañas, en debilitar nuestras bases hasta hacer que la casa se derrumbe sobre nosotros. No me gusta pensar en aniquilarlas, pero se diría que nos han declarado la guerra. No sé si la abubilla también. Entonces leo que un explorador submarino ha bajado por primera vez a profundidades marinas abisales de casi 11 km y se ha topado con una bolsa de plástico y envoltorios de caramelos. Allí, en el punto más profundo del planeta. Y pienso si  mi abubilla no me estará advirtiendo de algo

sábado, 4 de mayo de 2019

La emoción de aprender


Siempre he creído que para aprender algo es necesario sentir interés, desearlo de verdad. Su étimo latino no deja lugar a dudas, apprehendere significa “atrapar”, “apoderarse de” y está claro que cualquier cosa que queramos atrapar, hacer nuestra, necesita una verdadera carga de entusiasmo o a los pocos días no quedará ni rastro de lo que hemos tratado de conocer. Cuando de verdad se desea tocar un instrumento, dominar un segundo idioma, un deporte o el arte de cocinar, se consigue únicamente si se concitan dos realidades: interés y voluntad. Lo vemos a diario a nuestro alrededor, niños que van mal en los estudios, pero que no tienen pereza ni problemas de concentración cuando se trata de avanzar en un videojuego, mejorar en la práctica de su deporte favorito o aprender a tocar la guitarra. Últimamente, al acercarme a la neuroeducación, me encuentro con la agradable sorpresa de que defiende este mismo principio básico: solo se aprende aquello que se ama, si no hay emoción no hay aprendizaje. Lo otro es inútil, se pueden memorizar datos sufriendo durante horas, pero si no hay curiosidad y entusiasmo, lo supuestamente aprendido desaparece enseguida. Entonces, el reto está ahí, en encontrar el modo de despertar esa curiosidad necesaria para atrapar lo que deseamos. No es una tarea fácil, y sin embargo, todos conocemos a personas que parece que lo traen de serie, van de un asunto a otro haciéndose con un conocimiento inmenso sobre multitud de materias diversas por el mero hecho de disfrutar aprendiendo. El otro día, por ejemplo, me topé en el periódico con una señora japonesa de 90 años que está aprendiendo inglés para poder ser traductora en las olimpiadas de Tokio de 2020 y así ayudar a los turistas que vayan a los juegos, se llama Setsuko Takamizawa. Está claro que no la guía la necesidad ni la obligación y que muchos la tratarán de loca, dada su edad y el idioma del que parte, pero su nieta comentaba que está haciendo avances asombrosos. Este ejemplo es mi regalo de fin de curso a todos los estudiantes que se enfrentan a la difícil tarea de aprender lo que no les gusta. Acercaos con emoción, buscadle las vueltas y hacedlo vuestro. Funciona.

sábado, 6 de abril de 2019

Concesiones

No se lo hemos comprado nosotros, se lo han regalado en la comunión. Es para emergencias, a veces se queda solo. Todas las niñas de su edad lo tienen, no quiero que se quede aislada. No le hemos puesto control parental porque es una lata: estás todo el rato recibiendo avisos de lo que hace, las páginas en las que navega, el tiempo que pasa con él… Eso es estresante. Yo conozco de sobra a mis hijos, confío mucho en ellos, sé en qué páginas se mueven. Es todavía muy ingenuo, solo lo usa para mandar mensajes divertidos a sus amigos o reenviar algo. A veces se entretienen grabando vídeos, me parece algo muy creativo. Solo se lo lleva al instituto de vez en cuando. No, no se lo roban porque lo tiene en el bolsillo todo el rato y lo va tocando de vez en cuando para comprobar que está ahí. Tiene mucho cuidado, solo hubo que reparar la pantalla una vez, cuando se le cayó del bolsillo sin querer. El otro día me vino muy bien que lo tuviera encima porque tenía que preguntarle dónde había metido una cosa que necesitaba. Tiene tan mala suerte que justamente ese día, cuando lo estaba usando en clase para contestarme, la profesora se dio cuenta y le cayó una bronca. Los profesores son a veces muy intransigentes, digo yo que, si tu madre te llama, contestas donde estés, ¿no? A otros es a los que deberían vigilar, que le mandan unos mensajitos que… Tuve que ir al instituto a denunciar a los compañeros por acoso. El angelito solo se defiende, no lo hace con mala idea. Solo estaba metido en el grupo ése, pero no lo creó ni fue suya la idea. Participaba en los comentarios como los demás, ni más ni menos. Le viene bien para distraerse, después de todo pasa mucho rato solo en su cuarto. Es que no le gustan los deportes. Ya no se puede jugar en la calle, algo tendrán que hacer las criaturas. A casa vienen pocos amigos, se ve que se van distanciando con la edad. No vemos la tele juntos porque no le interesan las mismas cosas que a nosotros, es normal, prefiere ponerse vídeos en su cuarto. Quiere ser youtuber, dice que en su clase ya hay quien se saca un dinerillo con los vídeos que graban. Tiene muchos nervios, me lo dicen siempre, le cuesta concentrarse. Ya madurará... 

sábado, 23 de marzo de 2019

Días…


Hoy es el Día mundial de la Poesía. Hay tantas causas que faltan días, así que lo comparte con el de la Eliminación de la discriminación racial, del Síndrome de Down, de los Bosques, de los Archivos y de la Marioneta. Aunque me sumo a todo, claro, me he permitido una celebración personal con brindis a la poesía por mucho que sepa que a ella, le va a dar igual. Me enfrentaba hoy a un día de esos que, bueno, puedes dejar pasar como un día más, o puedes sacarle partido a las “pequeñas cosas”, que diría Serrat. Tenía un curso de formación en Jerez y no me apetecía ir, pero lo hice. El sentido de la responsabilidad es muy difícil de apagar. Estuvo… bueno, más o menos. Lo bastante bien como para encontrar hebras que me permitan tirar del hilo, y lo bastante mal como para que al salir descartara volverme directamente a casa con un compañero, y prefiriera atravesar todo Jerez para tomar un tren, disfrutar así del paseo y, de paso, de la primavera. En días como el de hoy, si pierdes el tren, no te enfadas, sales de la estación, te sientas en una terraza y te pides una caña. Porque has decidido que no vas a correr, que no importa lo pronto que llegues a Ítaca, sino cuánto disfrutes del viaje. Y disfrutas. Es solo un paréntesis minúsculo, pero es primavera y hace sol y el Levante no tiene suficiente fuerza para amargarte el día, como no la tiene el retraso del tren o la comida que se pega. ¿Qué más da? Hay momentos que te permiten vivir en lo relativo. En el tren, cada chico y chica van enfrascados en su móvil, no importa si van acompañados o no. El móvil nunca se apaga. Notas el salto generacional. Pero para ti, el trayecto dura solo diez minutos, y no puedes desperdiciarlos mirando pantallas que te distraigan de tu momento porque hoy hace sol y es el Día de la poesía y acabas de descubrir (¿o ya lo sabías?) que poesía es también una caña en primavera robada a la rutina. Será la edad, sí, pero he tenido que cumplir muchos años para encontrar momentos así.

sábado, 9 de marzo de 2019

Apoyos

Pasado el 8 de marzo, queda la resaca. Me preocupa el elevado número de hombres, especialmente chicos jóvenes, que sienten que no les afecta o, lo que es peor, que las reivindicaciones feministas se hacen contra sus propios intereses. Algo falla cuando muchos de ellos empiezan también a utilizar odiosos términos como el dichoso “feminazi”. Excluir a los hombres en esta lucha por la igualdad es un error tan grave como que ellos lo perciban como una amenaza. El movimiento feminista no pide más que la igualdad de derechos y oportunidades con independencia de género. No busca instaurar la supremacía de las mujeres como si del mítico gobierno de las antiguas y terribles amazonas se tratase. No es un movimiento contra los hombres. Es sentido común. La mitad de la población no puede tener más derechos ni libertades que la otra. M. Kimmel, sociólogo especializado en estudios de género, lo explica en su libro “Angry white men”: “los privilegios son invisibles para quienes los tienen”. Hay que convencer a los hombres de que con la igualdad también ellos ganarán, de que con el feminismo serán libres por primera vez. Algunos intelectuales españoles de la 1ª mitad del siglo XX, con una visión innovadora de la educación, se dieron cuenta del trágico porvenir que les esperaría a sus hijas si no eran educadas para vivir un mundo gobernado por hombres. Menéndez Pidal,  Bartolomé Cossío, favorecieron el concepto de coeducación. F. Barnés, dos veces ministro y padre de Dorotea, Adela, Petra y Ángela, todas mujeres que se licenciaron y consiguieron grandes logros en Química, Farmacia y Estudios árabes en unos años en que apenas aparecían mujeres por las aulas universitarias, defendía: “que mis hijos se casen y mis hijas estudien”. Educación, conciliación y respeto. No más mensajes en las redes ridiculizando el permiso de paternidad porque ellos no sufren en su cuerpo las consecuencias del parto o poniendo en entredicho los abusos sexuales. Implicarse por igual en la crianza y educación de los hijos, acabar con la coartada de que las mujeres salen más caras a las empresas, desterrar el miedo de las salidas de nuestras hijas, nos beneficia a todos. Lo lógico es ser feminista.

sábado, 23 de febrero de 2019

Sombras

Ayer estuve en la Fundación Rafael Alberti en unas charlas de homenaje al poeta. Siempre me resulta interesante el encuentro con su obra y su figura. Las salas cubiertas de poemas caligrafiados y liricografías, entre otras muestras plásticas, acogen y entusiasman al curioso, le aportan luz, completan la suerte de sus palabras. En esta ocasión, se exhibe además “Exiliarte. Memoria de una carpeta dedicada a Rafael Alberti. 50 x 1”, homenaje de diferentes artistas al poeta, lo que aumenta el interés de la visita. Y, sin embargo, una vez más, al salir de allí me traje la sensación de que El Puerto de Santa María no valora como merece a este autor. En su ciudad natal todos parecen tener un personal y especial conocimiento sobre el personaje, que no sobre su obra. Abundan las anécdotas de quien lo conoció, trató, creyó entenderlo. Hay tanta admiración hacia su figura como burla, recelo y desconocimiento. Suele ser habitual que el trato directo con el artista empañe su obra, se hace cierto el dicho de que “nadie es profeta en su tierra”. Creo que en esta ocasión, a los testimonios directos de quienes lo conocieron y se beneficiaron de su amistad, se unen las voces de quienes solo ven en él una figura política que reafirma sus convicciones hacia él o contra él. Y lo era, claro, pero también mucho más. Esta sombra ya impidió que diera nombre al Teatro y parece que aún se alarga, junto con otras sombras que aún sobrevuelan por allí. Quizás tengan que pasar muchos años para que se desvanezcan los prejuicios y dejen a la luz la profunda y auténtica obra de quien representa casi un siglo de evolución artística, social y política. Pocas ciudades pueden presumir de tener una Fundación como la de Alberti en El Puerto y, sin embargo, se habla poco de ella, sigue agazapada, desconocida, infrautilizada. Me gustaría que este magnífico espacio lo fuera de encuentro, abierto, dinámico, vanguardista. El poeta que se vio obligado a ir por el mundo “llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso, lo luminoso que me aconteciera” se lo merece, y los portuenses podrían disfrutarlo y aprovecharlo como reclamo cultural. Ojalá el Ayuntamiento siga apostando por mantenerla viva.

lunes, 11 de febrero de 2019

Clonados

Me horroriza la uniformidad. Me desasosiegan, por ejemplo, las fotos que muestran la perfecta alineación de los soldados en los desfiles militares, ya sean de Corea del Norte o del día de la Hispanidad. La uniformidad convierte al ser humano en masa, lo anega en el anonimato, lo hace parecerse entre sí. En las películas malas de aventuras o de ciencia ficción, se añaden con efectos digitales masas humanas a la que es posible hacer aparecer y desaparecer. Miles de personas que no son más que sombras que se desvanecen a golpe de click porque no cuesta nada poner y quitar en una pantalla de ordenador. No hay rostros individualizados, no hay historias, no hay dolor, solo masa, números. Me recuerda a aquellas películas en blanco y negro de Tarzán en las que siempre que aparecían ristras de negros como porteadores sin nombre ni voz, acababan cayendo por un precipicio, se despeñaban y la historia seguía sin ellos como si nada. En el extremo opuesto, el arte busca la voz original, única, individual. Busca la sorpresa y la diferencia. La rareza se convierte en pieza única, irrepetible. Así es también en el coleccionismo. En numismática, un defecto en la acuñación de una moneda dispara el valor de la pieza. Y sin embargo, llega la dictadura de las bocas perfectas y todo el mundo decide someterse a ella. Ha aparecido un aluvión de clínicas dentales, carísimas todas, que prometen sonrisas ideales al tiempo que facilitan los trámites para conseguir el préstamo que costeará la ansiada transformación. Y es que nadie quiere quedarse en el pelotón de los pobres que no pueden permitirse una póliza dental. Sin embargo, no nos engañemos, no es una moda ni una necesidad, es un pasaporte al privilegio, un signo de estatus social. De este modo, la dentadura perfecta es la manera de reconocer a quien tiene o puede obtener el poder. Pero nos hace iguales, nos aborrega. Tiene algo de dictadura esta necesidad de alinearse la boca para lucir una perfecta y uniforme sonrisa “profident”. Prefiero ese diente un poco partido o ligeramente montado sobre otro antes que estas dentaduras clonadas donde no es posible amar la diferencia.

domingo, 27 de enero de 2019

Incoherencias

Dos hechos me han impactado estos días: la película “El vicio del poder” y la publicación del informe Oxfam. Y las dos me llevan a la misma conclusión: la manipulación de unos pocos frente al desconocimiento de la mayoría son los auténticos motores del mundo. La película es brutal porque presenta a una burda pandilla de políticos que toma decisiones buscando la acumulación de poder y dinero aunque eso suponga llevar al mundo a un punto de difícil retorno dejando por el camino muerte, tortura, pobreza… En cuanto al informe de la ONG, basta con leer las cifras para sentir náuseas. “La fortuna de los más ricos aumentó un 12% en el último año. En España, la pobreza y la riqueza se heredan: si una persona nace en una familia de ingresos altos ganará un 40% más que si crece en un núcleo familiar con renta baja. La diferencia en la esperanza de vida de las personas de los barrios más ricos y más pobres de ciudades como Barcelona llega a los 11 años”. De estas enormes fortunas, J. Bezos, el fundador y director ejecutivo de Amazon es el número uno, el multimillonario más rico del planeta y de la historia. Me irrita la incoherencia en que vivimos. Los mismos que se echan las manos a la cabeza en una conversación de café ante estas cifras, son los que dejan de leer la prensa con la excusa de la dureza de su día a día al tiempo que se regocijan de la comodidad que supone hacer sus compras por internet. La tendencia a comprar en Amazon a expensas de los comercios locales está abocando al cierre a los “emprendedores” que aún confían en levantar el pequeño comercio de las ciudades. No hay más que mirar nuestro centro lleno de locales cerrados. Pero lo frustrante es que este método de compra se reviste de modernidad como si apostar por mantener las formas tradicionales de comercio fuera una idea romántica o una postura inmovilista. Para mí, es una decisión racional que prefiere proteger el empleo de los conciudadanos antes que contribuir a que los poderosos aumenten su fortuna. Mirar hacia otro lado no hará que la tendencia pare. Es lo que tiene la globalización, todos estamos conectados, cada decisión que tomamos como consumidores rebota en nuestro estilo de vida.


sábado, 12 de enero de 2019

Delirio

El año 2019 ha empezado, cuanto menos, con desconcierto. No sé si ha sido la llegada tardía y repentina del frío, o el acuerdo final para gobernar Andalucía, o las noticias disparatadas escuchadas estos días mientras un virus o una mala digestión me hacía vomitar durante horas, pero la verdad es que todavía no he cogido el rumbo del nuevo año. Mi ordenador, tras días de abandono, también decidió llamar la atención y optó por hacerse el loco con un extraño bloqueo que no me permitía trabajar sobre un texto de Word, pero me abría en cambio la ventana de comunicación con Cortana, ese inquietante asistente que se lanzó a hacerme preguntas y sugerencias de lo más extrañas: “La próxima vez que vaya al supermercado, avísame que compre huevos”, “¿Cómo están las acciones del Santander?” Dice Cortana que quiere que le permita usar mi historial de búsqueda y mis patrones de voz, para ayudarme a estar al día y recordar “lo que es importante”. Tras comprobar que las cadenas de televisión enloquecen ofreciendo dietas Detox y adelgazantes para eliminar los excesos navideños, he escuchado en la radio que “ocho de cada diez hombres sufrirá obesidad o sobrepeso en España en 2030". Y cuando trataba de no ser tan crítica con lo peligrosa que puede resultar la falta de información y formación entre la gente joven, me topé con que un nieto de Antoni Tàpies hablaba de su abuelo diciendo que "estaba el hombre con sus movidas, tirando pintura...era entretenido verle, siempre estaba en su mundo, en su pelota, y era guay.” Pero creo que el asombro es bueno. El peligro está en acostumbrarse a oír cómo se manipula la realidad para quitarle importancia, cómo se le cambia el nombre a las mentiras para que, al llamarlas posverdad, parezcan otra cosa y se note menos la distorsión. "¿Sabes por qué disfrutas de un día en el zoológico? Porque los muros funcionan", ha dicho el hijo mayor de Donald Trump comparando así a los mexicanos con los animales. Después lo ha borrado de su cuenta de Istagram, y a otra cosa. Y así seguimos, habituándonos a los disparates. No es delirio surrealista producido por el virus, es una muestra del absurdo en el que nos estamos metiendo. Y da miedo.