sábado, 6 de julio de 2024

Manos que saben

 


Cuando paso de una etapa de trabajo a otra de descanso, necesito proyectos manuales que me mantengan muy activa. Ordenar un armario, pintar una habitación, coser una cortina, hacer un cabecero para una cama… todo vale, pero mi labor favorita es la jardinería. Cavar, plantar esquejes, retirar hojas secas… hay algo especial en trabajar la tierra. No sé si tiene que ver con la memoria, que me trae dulces recuerdos de los gestos cotidianos de mi madre en verano quitando malas hierbas del jardín, no por obligación sino por placer, para evadirse de la tensión del trabajo en la pequeña empresa familiar, o una manera de conectar con el destino que eludió mi padre, procedente de una familia de campo. Lo que sí sé es que resulta terapéutico. No solo lo he visto en mis tíos, que se han mantenido en forma mientras han podido cuidar la tierra, sino que lo veo en muchas personas mayores que no se resignan a dejar de realizar tareas agrícolas. Un huerto o unas macetas ayudan a mantener el cuerpo activo y la cabeza en su sitio.

He terminado una novela de Jesús Carrasco, Elogio de las manos, que reflexiona sobre esto. El escritor protagonista encuentra un placer inesperado en reparar una casa de campo decrépita que ni siquiera le pertenece. Más allá de esa pasión por arreglar y construir algo útil con los materiales de que se dispone, sin comprar apenas nada, que es algo que yo hago desde siempre (a menudo con resultados chapuceros, aunque apasionantes y sanadores para mí, lo confieso), me gustó leer cómo el cuerpo encuentra la manera de reproducir un trabajo corporal que parecía olvidado “eludiendo la razón y la memoria”. ¿Dónde reside ese conocimiento que permite realizar movimientos coordinados, inconscientes y eficaces de asombrosa belleza? Es hipnótico contemplar a un buen artesano amasando pan, trabajando la madera… Mucho más a un músico, la rapidez y eficacia de sus dedos sobre el instrumento va más allá “del pensamiento consciente capaz de dirigir el pulso en cada una de sus notas.” Me admira apreciarlo en Santiago Moreno, por ejemplo, es mágico el modo en que sus dedos recorren el traste de la guitarra. Manos que saben, que acallan y aplacan a la razón.

Saber

 Veo en Instagram que un señor de 90 años se acaba de graduar en Bellas Artes en la Universidad de Barcelona. La motivación que lo impulsó la explica en un vídeo: con 82 años se compró una caja de pinturas, se puso a pintar y se hizo un lío muy grande, así que, dice con toda naturalidad, se matriculó en la facultad para que le enseñaran. Lo más fácil y agradable reconoce que han sido sus compañeros de clase, siempre dispuestos a ayudar. Una de ellos, jovencísima, reconoce que tenerlo al lado le ha aportado tranquilidad, referentes, una opinión razonada sobre lo que se traían entre manos. Miguel Ángel Gallo es doctor ingeniero industrial, profesor Emérito en la Universidad de Navarra y en la escuela de dirección IESE y tiene cargo en varios consejos de administración. Da gusto oírlo hablar. Lo hace desde la normalidad, con un saber estar contagioso y envidiable.

Encuentro tantas cosas estimulantes en esta noticia que me ha alegrado el día. Vivimos en una sociedad en la que reina el edadismo. Los mayores molestan; la palabra “viejo” se usa como insulto; la juventud se exalta hasta límites absurdos; la publicidad bombardea nuestras cuentas con recetas milagrosas para ocultar las señales de la edad ofreciendo productos contra las arrugas, las canas, la flacidez…

Por otra parte la cultura parece haber pasado de moda. Constato cada día que esa culturilla general a la que se aspiraba hasta hace no mucho y que no tenía nada que ver con títulos sino con la curiosidad y el respeto por el conocimiento está desapareciendo. Pintores, escritores, músicos… han dejado de ser referentes comunes; se rinde culto a la ignorancia, se presume de no saber nada; surgen “pseudopolíticos”que utilizan las plataformas de internet para aprovechar este desconocimiento en su favor y construir así discursos basados justamente en la desinformación, el odio, la apología de la violencia, los bulos…

. En un ambiente así, el afán por aprender más allá del título universitario, el reconocimiento de la riqueza que aporta el encuentro intergeneracional, la ovación de los jóvenes que compartían acto de graduación con este señor resultan tan inspiradores que le han cambiado el color al día. Gracias.