sábado, 23 de diciembre de 2023

Refugios

 

Empecé a escribir esta columna y la dejé. Estaba un poco apagada, apabullada por estos días que tienen bastante de exceso, por encima incluso del exceso que acarrean normalmente estas fechas. El preludio de la Navidad empieza a sonar demasiado pronto, llego extenuada, desgastada en los previos. Publicidad, compras, comidas de empresas por todas partes, aglomeraciones, promesas en forma de lotería... Demasiados estímulos. Exceso de luz, de guirnaldas, de rojo y dorado en cada esquina. Me aturde un poco esta forma externa de festejar, me distancio y me veo a mí misma un poco rara, arisca incluso por no compartir el entusiasmo de quienes se desplazan, por ejemplo, para ver la iluminación navideña con la que nos regalan los ayuntamientos, desbocados en una competición de quién ilumina más y mejor.

Pero hoy hace un día tan limpio y luminoso que me recoloco sabiendo que hay una manera personal de vivir las fiestas. Me sitúo y conforto pensando en ella, a pesar de lo difícil que es a veces refugiarse del ruido externo, de las noticias dolorosas de un mundo cruel. Así que he retomado el texto, la última columna del año, y la he desviado del mensaje cenizo que contenía para acabar con este otro que espero que llegue cargado con todos mis deseos de paz y esperanza para el futuro. Es verdad que el mundo no va tan bien como desearíamos, pero también lo es que en nuestro entorno, podemos tener un reducto donde sentirnos felices y a salvo. Ojalá podamos ampliar ese refugio y gozar plenamente de él.

domingo, 10 de diciembre de 2023

Necedades

 

Si tuviéramos tiempo, si nos apeteciera, si nos paráramos un poco a reflexionar, si quisiéramos buscar un mundo más coherente, si de verdad creyéramos en el amor (y nombro este sentimiento a las puertas de la época más sensiblera del año), nos daríamos cuenta de que últimamente el consumismo y las mentiras son los dos grandes males que dominan el mundo. Y están relacionados, claro.

La tentación de manipular en lugar de persuadir no es nueva, pero ahora el relato que presente unos valores con la intención de persuadir está siendo sustituido por la manipulación, la difusión de falsedades y mentiras por la sencilla razón de que nunca fue tan fácil. La tendencia a sustituir la información por el titular o el mini-video, que deja fuera cualquier posibilidad de profundización, sumado a los círculos cerrados de las redes sociales que repelen cualquier pensamiento divergente o crítico con el propio, más el manejo de estas mismas redes para crear contenido falso que más tarde nadie se preocupará por aclarar, conforman un “cocktail” peligroso. Y se usa no solo en política, sino también con fines comerciales, lo que nos lleva al segundo mal, el consumismo exacerbado.

Mientras los científicos advierten de las terribles consecuencias del cambio climático para nuestra supervivencia como especie, las grandes empresas buscan la manera de blanquear ese consumo, así que en paralelo a las agresivas campañas publicitarias (black friday, navidad, rebajas…) utilizan la ecología como un reclamo que no tiene otra finalidad que acallar la conciencia del consumidor. Contenedores de ropa usada en las tiendas que luego acaba en contaminantes basureros del tercer mundo; bolsas de plástico aparentemente biodegradables que no garantizan su degradación; comida “para llevar” en recipientes de cartón no reciclables puesto que, para que el cartón no se empape, está recubierto de una película de plástico… Es el ecoblanqueo, una nueva mentira que nos impide enfrentarnos a la realidad de la crisis medioambiental en la que ya estamos inmersos.

No sé si saldremos de esta, mi confianza en la educación y la ciencia se tambalea a veces, pero ¿y si ponemos de moda la búsqueda de la verdad y la coherencia?

sábado, 25 de noviembre de 2023

¡Qué alarmantes resultan los datos y noticias relacionados con el uso de móviles entre adolescentes! Sin embargo, sigue bajando la edad a la que los reciben. La ley marca que se deben tener al menos 16 años para registrarse en Whatsapp y 13 para Instagram, pero la realidad es otra. El regalo más esperado en Navidad y Primera Comunión es el dichoso móvil y, con él, la entrada con perfiles falsos en una u otra red social.

Esta mañana ha saltado, por ejemplo, la noticia de dos grupos de Whatsapp con mensajes de contenido pornográfico, machista, racista, homófobo y franquista, a los que están siendo invitados cientos de adolescentes de Secundaria de varios centros escolares. En uno de ellos hay más de mil menores. Los grupos, creados con los nombres "meter gente hasta que nos hagamos famosos" y "hasta llegar al millón", en los que se colgaban fotografías pornográficas y mensajes "totalmente inapropiados, insultantes, sexistas y vejatorios parecen estar gestionado por adultos no vinculados al centro.

Estos días hemos tenido en el instituto el Plan director, unas charlas ofrecidas por la Policía Nacional para la ESO con la finalidad de advertir, entre otras cosas, del peligro del mal uso de internet, las consecuencias del acoso y ciberacoso... Es sorprendente el número de adolescentes que afirmó tener varias cuentas diferentes en Instagram (hay quien confesaba 5 ó 6) y el de quienes aseguraron haber tenido problemas tras cortar con la pareja a la que habían mandado una foto de contenido íntimo (esto último antes de cumplir los 14).

Internet es alucinante, una herramienta social, de estudio, de trabajo y de ocio infinita, pero peligrosa. No podemos dejar que se enfrenten a ella solos nuestros peques, igual que no los dejaríamos adentrarse de noche a solas en un barrio chungo de una ciudad grande y desconocida. Necesitan conocer los peligros para no quedar atrapados, para no dejarse sorprender por quienes acechan en las sombras. Como advertía Manuel Vicent “ningún bosque medieval puede compararse a la intrincada selva de Internet. En ella está toda la magia de la inteligencia humana y también su más sucia perversión.”

Habrá que enseñarles a protegerse del lobo.


 

sábado, 11 de noviembre de 2023

A salvo

 Una de las cosas que me gustan del fin de semana es que, mientras desayuno, en la tele a veces me encuentro programas que no descubriría en otro momento, volcada en algo más “urgente” que hacer. Una charla de la UNED, una entrevista de interés o, como este sábado, el programa Volando voy, de Jesús Calleja, dedicado a Las Alpujarras. La simpatía cercana del presentador sin la molesta condescendencia habitual de otros programas cuando entrevistan a personajes de pueblo, ancianos y niños, consigue sacar a la luz la verdad de personajes anónimos que encierran una sabiduría popular y personal, una manera especial de enfrentar la vida que sana con solo ser oída… Me fascinó la manera de dar protagonismo y confianza a personajes que se detenían a explicar por qué habían elegido aquel lugar para establecerse y cómo habían sido acogidos por aquellas gentes de campo que ya vivían allí. Lugareños, alemanes, australianos, uruguayos, madrileños… comparten cualidades como la tolerancia, el respeto, la alegría, la pasión por vivir la calle y un enfoque vital de cara a la naturaleza... “Esto es un paraíso”, afirma un uruguayo enamorado del cine de Almodóvar porque no tiene villanos, solo gente que a veces acierta y a veces se equivoca. La fuerza y pasión de una chica sin edad ni raíces que se alía con la sabiduría popular de un señor mayor que confía en un futuro que devuelva la vitalidad a una zona en la que falta gente joven. Un profesor de Historia medieval de Granada enamorado de la zona que explica que la mayor herencia que tenemos del paso de la cultura islámica por estas tierras no es La Alhambra sino los paisajes, la manera en que se fueron transformando por la mano del hombre. Terrenos allanados en terrazas para vivir, entornos verdes gracias a soluciones basadas en la naturaleza como las acequias, un tesoro patrimonial ecológico no invasivo que distribuye el agua de Sierra Nevada, y de las que afirma que se pueden rastrear en la zona más de 15.000 km. Y un proyecto fabuloso, recuperar de manera colaborativa una acequia de 3 km, ahora anegada y obstruida, para que vuelva a cumplir su misión.

Refugio y autenticidad que permite atisbar una esperanza para el mundo.

miércoles, 11 de octubre de 2023

Imperturbables

 

Vivimos una época rara, o tal vez todas lo son, pero esta se televisa. Llevamos demasiados años ya desayunando con imágenes terroríficas de bombardeos, guerras, catástrofes naturales o provocadas emitidas en directo. No sé si esta sobreexposición nos ha hecho duros, impermeables ¿Indiferentes? Lo cierto es que, ahora que la profesión de periodista ha perdido prestigio, cada móvil es capaz de convertirse en un reportero freelance deseoso de retransmitir una posible noticia que salga al paso. La tecnología ha dado un paso más y ha ofrecido la IA para manipular imágenes. Así que además de inventar noticias, ahora se ilustran. Vídeos, fotos... casi indistinguibles de la realidad. Aunque ya nada nos asombre, repugna ver a nuestras generaciones más jóvenes tan adaptadas a esta manipulación como para usarla sin ninguna ética. El reciente escándalo de las fotos de niñas desnudadas por sus compañeros gracias a una app, se redimensiona cuando nos enteramos de que los responsables intentaron además extorsionarlas con ellas.

Es más reciente aún la noticia de la llegada de una patera con 28 inmigrantes, uno de ellos fallecido en el trayecto, a la playa de Las Redes de El Puerto. Acababa de terminar la temporada alta de turismo y estaba casi recién empezada la escolar. Calor de verano, marea baja. El vídeo del desembarco resulta casi irreal. La nave se acerca mientras un caminante pasea por la orilla a ritmo constante, rutinario. La barca llega a la costa, vomita personas mientras el paseante no cambia su rumbo. Se le ve atravesar el grupo de recién llegados como si no los viera hasta hacerse indistinguible. Comenté el hecho en clase de 1º de ESO, 11 y 12 años, les hablé de cuánto me extrañó el comportamiento imperturbable del aquel señor ¿Cómo habríamos reaccionado nosotros? Alguien dijo que habría pedido ayuda, claro, pero otro, sin dudarlo, afirmó: “yo me quedaría con el barco”.

Aparece en nuestro lugar de ocio una tragedia humana de dimensión universal; desembarcan de la mano el miedo, la esperanza y el dolor. Es real, lo sabemos. No detenemos el paso. Mañana la cubrirá la marea de otras imágenes novedosas o manipuladas. Y seguiremos insensibles, imperturbables.

sábado, 30 de septiembre de 2023

Sin recambio

 En nuestro verano de desarreglos hemos tenido que hacer frente a las averías de 2 coches (más un tercero prestado para poder movernos), una placa solar, un centro de planchado, una aspiradora, un grifo, una lámpara, una depuradora… Vale, tampoco quiero aburrir, suelen tener lugar estas rachas. Lo que me molesta es que en casi cada caso la solución es la de sustituir. Comprar un nuevo aparato y desechar el viejo. Y es aquí donde me rebelo. Sobre todo porque ya todos sabemos que el nuevo (caro, eso sí) no va a durar ni a funcionar igual de bien que el viejo. Se pueden obtener garantías de muchos años que cubren por ejemplo el motor de una lavadora, pero porque los fabricantes saben que lo que va a fallar no es precisamente el motor, sino la placa electrónica o cualquier carcasa de plástico que incorpore.

A mí no me gusta planchar. Tenía una plancha de vapor básica. Pero cuando mi padre murió, me traje su centro de planchado del que estaba tan orgulloso. Cada vez que lo usaba pensaba en él, como si echáramos un rato juntos. Así que intentaba esmerarme más mientras me acordaba de lo cuidadoso que era para la ropa, del mimo que ponía en el planchado de sus camisas. No tenía mucho tiempo ni mucho uso esta plancha heredada. Era de buena marca. De hecho, no sé estropeó, sino que la carcasa de plástico empezó a perder agua y no tenía repuesto. Descatalogada y a la basura.

El coche que ha estado dos meses pendiente de arreglo (de nuevo caro, por supuesto) estaba a la espera de una pieza pequeña de solo 28 euros, pero el almacén no la tenía porque aquí ya no se fabrica casi nada.

Estamos haciendo un mundo absurdo y globalizado en el que nos paralizamos porque dependemos del envío de algo fabricado a miles de kilómetros. Desechamos electrodomésticos porque se les ha roto una pestañita de plástico, generamos basura electrónica que mandaremos al otro lado del mundo para que contamine lo más lejos posible… Los datos hablan de unos 50 millones de toneladas de basura electrónica anual. No puedo llamar progreso a esto.

En este sábado de casi octubre con un desolador calor de verano (sin el casi) me enfada que no sepamos poner remedio a tanto disparate.

Y no quiero una plancha nueva.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Encajar

Nunca pensé que sería capaz, pero he hecho en poco tiempo un puzzle de 2000 piezas pequeñas. Con la colaboración puntual y preciosa de mi hijo, que sentía la misma satisfacción por encajar. Y al hacerlo, he descubierto en mi entorno mucha gente y muy variada que me ha confesado compartir la misma pasión, a veces cercana a la obsesión. He estado reflexionando sobre por qué puede ser tan importante algo tan nimio como encontrar una pieza precisa, comprobar que entra perfecta en el hueco, que coincide en forma y color con las que la rodean... y creo que es porque viene a satisfacer la necesidad humana de arreglar, de componer, de hacer que algo funcione. Es un balance. Incapaces de controlar lo que nos envuelve, abocados a un estilo de vida donde tantas cosas no funcionan, no dependen de nuestro esfuerzo o directamente nos superan, el hecho de concentrar la mente a cambio de un éxito seguro es liberador. Como lo es ordenar un armario, organizar un álbum de fotos o tirar trastos viejos a la basura.
Vivir es tener problemas, equilibrar los logros con las frustraciones grandes y pequeñas, lo insignificante con el drama. Hay un aprendizaje en este aprender a relativizar, prestar atención a lo que de verdad importa y no dejar que lo demás arruine ni un solo día. Dar tratamiento de contratiempo, sin más, a lo que no merece otra cosa y saber empatizar con el sufrimiento. No siempre es fácil. Alguien cercano muere, una amiga se queda embarazada, otra aprueba unas oposiciones o pierde un avión, un coche se estropea, se pierde el trabajo, gana nuestro equipo favorito... Pero la aspiración a llevarlo todo bajo control, desear que no pase nada, no es vivir. No es posible quedarse quieto, refugiarse de los riesgos o aislarse para no sufrir.
“Pero ¿Qué va a ser de mí cuando se abra la compuerta del molino y la vida me precipite otra vez a los remolinos de este río que nos lleva? “, escribía José Luis Sampedro en su novela “El río que nos lleva”. Adaptarse, sobrevivir, relativizar. No queda otra. Y para gestionar los pequeños contratiempos, si les vale mi consejo, cómprense un buen puzzle. Mientras tanto, disfrutemos septiembre.

sábado, 19 de agosto de 2023

No digas crisis

 

Amanece más tarde pero, como yo amanezco a la misma hora, tengo que entretenerme un rato para no salir a pasear sin luz. Me encanta la sensación de calles solas, sin coches, sin ruido. Saludar a los trabajadores que barren de las aceras cualquier rastro de incivilidad y de los caminos de madera de la playa la tierra y arena dejada por tantas entradas y salidas del día anterior. Me cambia el día si lo recibo frente al mar, absorbiendo la luminosidad plateada de los estrenos, respirando en profundidad la calma del comienzo, disfrutando de las carreras y los baños de Malta mientras la observo en paz con los pies metidos en el agua. Salgo con ella de la playa antes de que los rayos del sol asomen tras los monolitos de los veraneantes, antes de que los paseos solitarios de los madrugadores se conviertan en autovías de doble sentido, antes de que alguien me mire mal sin entender que los perros no van allí a ensuciar ni a atacar a los paseantes.

Las vacaciones de verano brindan oportunidades de tiempo libre para recibir; para cocinar cositas ricas y mimar a quienes queremos y saben disfrutarlas; para gozar la hora de la siesta viendo Los goonies con los sobrinos mientras compartimos unas palomitas de azúcar hechas en sartén ante su extrañeza de que no salgan de una bolsa; también para encajar en el calendario cenas en casas de amigos a salvo de la marabunta, para detenernos en un Aperol antes de la hora o para trabajar a fondo en el jardín y dejarlo todo empantanado en busca de hacerlo más sostenible.

Hace bueno, estamos bien de salud, nuestros hijos disfrutan de la vuelta a casa y la animación veraniega nos permite escapar a conciertos para gozarlos juntos. Por eso, aunque mi amiga Luisa nos ofrece quemar romero para espantar la mala suerte, no puedo creer que lo sea aunque nos invadan las hormigas, nos piquen los mosquitos, se nos estropeen los electrodomésticos, se rompa el grifo, la persiana, salga agua bajo el fregadero... Ni siquiera cuando me enfada seguir sin coche después de más de un mes de haber vuelto de viaje en taxi del seguro custodiados por la grúa. Dos veces. Dos coches. Dos grúas.

Quito crisis y escribo renovación. Esto no es mala suerte.

sábado, 5 de agosto de 2023

Pequeño formato

 


El Puerto vuelve a estar de moda. Se nota en la afluencia de gente en las playas, en la circulación más densa, en la falta de aparcamiento y las colas de los supermercados. Sin embargo, un paseo por el centro entre semana revela que, aunque ha aumentado la oferta de bares y restaurantes, solo algunos de ellos llenan e incluso generan colas de espera a su alrededor. He observado que no es el sitio (a veces el local de al lado o de enfrente está casi vacío), ni la calidad del producto y ni siquiera los precios (se pueden ver en los lugares menos agraciados tablones con reclamo de bebidas y tapas a precios estupendos). Probablemente sea la nueva dictadura de las referencias en internet. Ahora, si se ha abierto un negocio sin publicidad previa, si no se tienen buenos comentarios en los portales de la red, tampoco se consigue clientela. El consumidor prefiere aguardar delante de un bar ruidoso, en un entorno feo, antes que aventurarse en otro más tranquilo del que no sabe nada. Y, si por casualidad lo hace, entrará en el local con desconfianza y observará con lupa cada detalle que no le satisfaga para comentarlo con ensañamiento en las plataformas. Cualquier cosita bastará para caer en la desgracia del local vacío. Estas pequeñas venganzas hacen que ahora, tras la cuenta, camareros y propietarios se acerquen sonrientes a demandar un buen comentario. Por el contrario, la gente llama a la gente y parece que las largas esperas para acceder al interior, una foto de una “celebrity” entre el público y las referencias positivas en redes de “influencers” con tirón, catapultan, al menos durante unas temporadas, a lo más alto.

Pero además de empatizar con quienes no consiguen hacer despegar sus negocios, me disgusta la impersonalidad de las aglomeraciones, el borreguismo de concentrarse en un sitio solo porque está de moda, el comportamiento grosero de la gente en grupos grandes. Coches aparcados a la desesperada estorbando el paso de peatones y bicicletas; bolsas de plástico y botellas vacías arrojadas al suelo; grosería exhibida como bandera… Es una opción, pero yo me decanto por el pequeño formato, un concierto donde se va a escuchar, un bar donde relajarse...


sábado, 22 de julio de 2023

Tiempo de espera

No me gusta hacer cola. Lo detesto. Pedir cita para una revisión médica y aguantar más de una hora de tensa espera, me desarma, me hace sentir débil, expuesta, resignada. Tomar la decisión de acudir a una exposición o una charla y encontrar cientos de personas de pie delante de mí, me quita las ganas, me desalienta. En los conciertos, la necesidad de acudir horas antes de la apertura de puertas para conseguir estar cerca del espectáculo y lejos de los que acuden solo a gritar, beber y empujar, hace que ya entre cansada, que no pueda disfrutar lo que me gustaría de aquello que he ido a ver. Me desespero en las cajas del supermercado, donde siempre tengo la sensación de haber elegido mal. Me cabreo, y mucho, cuando pierdo tanto tiempo para atravesar el puente del V Centenario o para entrar en un puente vacacional en Madrid. Me asombra saber de las colas de alpinistas para coronar el K2 en el Himalaya y me desanima conocer las del voto por correo.
Pero las de los aeropuertos en verano, cuando se va con la ilusión intacta del viaje por empezar o el cansancio satisfecho de la vuelta a casa, esas me llevan a tocar fondo. La inseguridad de pasar por la seguridad, de llevar el peso correcto en la maleta, la espera de sala en sala, la entrada al avión, la lentitud de los viajeros al colocarse en sus asientos y guardar sus pertenencias, la tensión del despegue, los retrasos… son una prueba para los nervios. Y me extraña que seamos tan dóciles, que no se produzcan sublevaciones cuando, como me pasó en el último vuelo, nos dejan encerrados en un avión, con las rodillas pegadas al asiento delantero, en las pistas, sin aire acondicionado durante más de una hora a la espera de que quiten las restricciones para el despegue. Entiendo la dificultad que debe suponer organizar los horarios de tantos vuelos en las mismas fechas, y me descubro ante ese saber hacer, pero ¿de verdad que nadie ha tenido en cuenta todavía la sensibilidad de los viajeros, tratados como ganado, a los que no hace falta atender ni respetar?
Perdonen el desahogo, sé que estas esperas por las que pagamos los privilegiados del primer mundo son en el fondo una frivolidad. Pero es que pagar por esperar...

sábado, 24 de junio de 2023

Modelos

 El sábado por la mañana, como siempre que podemos, fuimos al centro. Pasamos primero por la frutería, donde David nos preguntó cómo estábamos mientras seguía atendiendo con mucha paciencia y buen humor a un señor mayor al que luego guardó la compra para que pudiera seguir haciendo otros mandados encargados por su mujer. Nunca nos vende nada que no esté perfecto. Si lo queremos y está demasiado maduro, prefiere añadirlo a la bolsa como regalo. En la panadería se afeaba el comportamiento maleducado de quien compra mientras habla por teléfono y señala el producto sin abandonar la conversación, como si estuviera sencillamente ante una máquina expendedora. En el mercado preguntamos a nuestro pescadero la razón de tantos puestos cerrados, más de los que ya han echado el cierre definitivo. Tienen dos compañeros que llevan malos unas semanas. Hay menos puestos, nos dice triste y con cierta resignación, pero nuestro pescado sigue siendo igual de bueno…

Escuché el otro día en la radio a mi admirada escritora Paloma Díaz-Más contar cómo había sido invitada a impartir un seminario en una universidad estadounidense y, tras no aguantar más la comida diaria del hotel en el que la habían alojado, intentó salir a comprar algo de pan, queso y fruta para comer más tranquila en su habitación. No encontró nada, ni una sola tiendecita. Lo contaba apesadumbrada para tratar de animar a proteger y conservar nuestras pequeñas tiendas de barrio.

He estado en Estados Unidos y he entrado a comprar en un supermercado. La actitud distante, desganada, fastidiada de quienes atendían en las cajas o en los mostradores es lo más parecido que he visto a la actitud que imagino en alguien ligado a un trabajo esclavo. Trabajo como una maldición, repetitivo, mecánico, carente de estímulo ni interés. Nada que ver con nuestras tiendas pequeñas, especializadas, con personas atentas detrás del mostrador, su trato amable, la conversación cordial entre quienes aguardan turno, las bromas de quien atiende, que conoce el nombre, los gustos y las costumbres de su clientela.

Renunciar a nuestro comercio es renunciar a nuestra esencia. Adoptar modelos de vida ajenos no parece que aporte felicidad.

sábado, 10 de junio de 2023

Actualizarse

 

A punto de cerrar los cursos escolares y a pocos días de la temida Selectividad, el alumnado empieza a acusar las circunstancias. Hay quien ha entrado en un bucle de cansancio y desinterés y quien no puede más de tensión y nervios a la espera de redondear lo mejor posible su nota y conseguir una plaza universitaria. Ya he perdido la cuenta de los textos que llevo hechos en clase estos días a la espera de inculcarles una seguridad que les permita enfrentar la PEvAU con éxito.

El resto de comunidades hace estas pruebas antes, por eso van llegando noticias de sus exámenes. Esta mañana me he despertado con este titular: “TheGrefg, Rozalén y más 'influencers', protagonistas del examen de lengua de la EBAU de Murcia”. La polémica está servida porque quienes son ajenos a la asignatura interpretan que los tiempos están cambiando en exceso si, lejos de centrarse en escritores del currículum, los textos de selectividad se mueven también entre “streamers” e “influencers”. Pero estamos antes dos males que aquejan estos tiempos (y creo que ninguno de ellos es que se nombre a personajes de la actualidad juvenil). Por un lado, el examen de Lengua desde hace muchísimos años es competencial y se centra en textos que pueden ser literarios o periodísticos. Me parece mucho más lógico que se escojan para el segundo caso columnas de opinión que nombren a TheGrefg, a Rozalén o al cómico Miguel Maldonado que textos como el que cayó el curso pasado en Andalucía tan alejado de la realidad adolescente como para comparar las cabinas de teléfono con los confesionarios usando palabras como “discernimiento”, “obsoleto”, “avezado”, “comunidad Amish”, “orbe”… Por otro lado, la alarma solo está justificada por la manera que tenemos actualmente de informarnos leyendo exclusivamente el titular. Si se busca el texto del examen, se comprobará su absoluta idoneidad ya que se centra en la defensa de la riqueza de lenguas y acentos en este país para lo que pone ejemplos de murcianos de rabiosa actualidad que triunfan sin esconder su acento.

Dos deseos: que el martes nos caigan textos que contengan claves contemporáneas y que la realidad académica deje de separarse de la de su alumnado.

Sin bronca


 Hay quien a las 8 de la mañana ya sale de casa cabreado. Es cierto que encontrarse con ciertas situaciones desde primera hora sienta mal, pero ir provocando bronca como forma de vida resulta de lo más desagradable para el resto.

Estoy de acuerdo en que, por ejemplo, pasar por delante de un instituto a la hora de entrada puede ser exasperante: pasos de cebra cruzados por adolescentes medio dormidos que ralentizan su avance porque o van charlando entre ellos o llevan la vista fija en la pantalla del móvil o tienen que demostrar cierta chulería propia de la edad. Algunos avanzan en solitario guiados por el piloto automático que les llevará hasta el aula sin necesidad de alterar la mirada ni abrir la boca. En los coches, padres y madres con prisa que, por una regla desconocida pero de obligado cumplimiento, dejan su preciada carga en la puerta de entrada, jamás unos metros más atrás cuando ya estábamos todos parados en caravana.

Todo esto lo entiendo, pero se produce a veces una lucha curiosa de egos o de demostración de poder que podría dejar de ser divertida. De un lado la desfachatez del coche grande que quiere atravesar el cruce sí o sí hasta dejar a su prole en la puerta y que gana espacio sacando el morro más de lo que debería, casi cerrando el paso de los que suben y ya han sorteado el paso de cebra; del otro lado el atrevimiento del coche precario cargado de obreros camino del trabajo, envueltos en una guerra que ahora no es la suya, que avanza haciendo caso omiso a la chulería del otro en una clara demostración de “mi coche es más chungo, pero yo tengo la preferencia y tú eres un abusón”. Esta mañana hubo suerte y el grande reculó a tiempo antes de que se besaran los dos.

A mí tanta prepotencia por parte de unos y otros me espanta. Me gusta que haya cierta cortesía entre conductores; que en la barra de un bar atiendan al que le toca y aguarda su turno educadamente antes que al que se impone a gritos; que entre los padres y madres del instituto y el profesorado haya una comunicación basada en el diálogo y la confianza; que se pueda preguntar sin ofender; que se admita el error y la sugerencia…

En definitiva, menos crispación y más educación.

sábado, 13 de mayo de 2023

Cultura de barra

 

A los rasgos, temperamento y carácter, distintivos y propios de un individuo o de una colectividad se le llama idiosincracia. La idiosincracia nos define, pero a veces el paso del tiempo, las influencias o ciertos acontecimientos potentes y rotundos pueden acabar por modificarla. Esto viene a cuento de nuestra forma de vivir el ocio en España, inseparable de las barras de los bares. Ya lo cantaba Gabinete Caligari: Bares, qué lugares/ Tan gratos para conversar/ No hay como el calor del amor en un bar. Yo no sé ustedes, pero a mí la costumbre de vagar de bar en bar tomando una caña en cada barra con una tapita me parece un acierto insuperable. Habrá quien piense que es una incomodidad estar de pie, pero esa comunicación rápida con un camarero profesional, la oportunidad de charlar en grupo y redirigir la conversación en varias líneas que a veces se cruzan me resulta una forma de socialización inmejorable.

Pero entonces llegó la pandemia, de la que se supone que saldríamos mejores y con tantas cosas aprendidas. Y resultó que no, que lo que aprendimos es a ser menos sociables y más egoístas; descubrimos que había mucha gente más dispuesta a creer en cuanto bulo apareciera en las redes que en la información verificada; y descubrimos que sentaditos, previa reserva de mesa, era mucho más cómodo. Para el local, claro. A nosotros, pasada la dichosa emergencia sanitaria, nos está fastidiando. Se está perdiendo la espontaneidad tan nuestra de quedar en cualquier sitio y a cualquier hora y entrar en el bar que más nos apetezca. Pero es que encima, cada vez son más los locales que contestan eso de “no, en la barra no servimos”.

Pasar por bares y terrazas a buena hora y encontrarlo todo vacío con las mesas perfectamente preparadas y reservadas, me da mucha rabia. El domingo lo sufrimos en la Feria de Jerez, ahora llega la de El Puerto. Ya estoy temiendo que nos sumemos a la moda. Casetas convertidas en comederos en los que ni suena la música para bailar.

Ya sé que hay que adaptarse a los tiempos, pero tampoco es plan de ir perdiendo poco a poco lo que nos hacía tan singulares. Por favor, un poco de espontaneidad. Más barras y menos agendas, que estamos de ocio.

sábado, 15 de abril de 2023

Perfiles

Desde hace un tiempo, la polisémica “perfil” es, sobre todo, la identidad de un usuario en una red social o en una plataforma audiovisual. Entrar a Netflix, Movistar, Disney +, HBO... a través de un perfil propio es acomodarse a que los algoritmos ofrezcan una y otra vez aquello que creen que al usuario le interesa. A mí, últimamente me ofrecen películas y series coreanas, por ejemplo, o dramas tortuosos en torno a la búsqueda de una identidad sexual o multitud de productos centrados en la gastronomía. En realidad, no aciertan con mis gustos porque lo que el algoritmo no sabe (todavía, intuyo) es qué busco exactamente en algunas de las que ya he visto.

En realidad, cuando reflexiono sobre qué me hace quedarme ante una pantalla, me doy cuenta de que necesito que la factura final sea impecable, buenos actores, buena fotografía, pero especialmente un buen guion que no tenga trampas, pero sí diálogos sorprendentes e inteligentes. Y casi siempre, lo que me atrapa está plagado de la naturalidad de personajes extravagantes o con alguna “anormalidad”. Creo que estoy pasando a engrosar las filas de quienes están hartos de comprobar en la realidad los chanchullos y tejemanejes manipuladores del entorno y necesitan evadirse con unas historias amables en las que se sufre lo justo. Así, me ha encantado la propuesta de la serie americana “Todo va a ir bien” en la que los particularísimos protagonistas se apoyan a su manera frente al dolor; la japonesa “La cocinera de las makanai” con unas actrices encantadoras y una delicadísima manera de tratar la amistad y el aprendizaje, cálida, tierna..; la coreana “Woo, abogada extraordinaria” con una protagonista originalísima y un trazado elegante, exquisito…; la inglesa “Buena suerte, Leo Grande” con una inmensa Emma Thompson mostrando una vulnerabilidad de la que casi nunca se habla...

El modo en que estos productos audiovisuales tratan a quienes nunca serían protagonistas no solo ayuda a evadirse de lo feo, sino que sensibiliza con gracia y elegancia la diversidad sexual, el espectro autista, la madurez… huyendo de patrones vitales que ponen otros y en los que siempre parece que ganarán los abusones.


sábado, 1 de abril de 2023

Cargar con la esperanza

                                                                            Para ser sincera, a mí lo que me debería estar pidiendo esta fecha del año, con la primavera

en su temprano apogeo y una semana de vacaciones a la vuelta del sábado, es celebrar su llegada. Los pájaros ya han puesto la banda sonora de fondo, las tardes con su horario alargado empiezan a ser una delicia, huele dulce, a flores a punto de reventar…. Sin embargo, coger el coche a mediodía a más de 30 grados; comprobar que cada año las salamanquesas y los batallones de hormigas se hacen visibles antes; que los jardines se secan ya a estas alturas si no se refrescan con un poco de agua… son detalles que no invitan precisamente a la celebración. Desayunar o cenar viendo el resumen de las noticias se convierte en la contemplación de un anuncio del Apocalipsis. Ahora, por si algo nos faltaba, nos dicen que expertos y científicos de todo el mundo advierten de que la inteligencia artificial es un peligro para la humanidad. Piden parar al menos durante 6 meses una carrera fuera de control que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden comprender o controlar. No lo digo yo, son palabras tomadas de las noticias de TVE ilustradas con fotos de una falsa detención de D. Trump, una imagen del papa con un mullido anorak blanco… Todas han sido creadas con Midjourney, una aplicación de I.A. que permite crear fotos con solo darle la idea que se quiere convertir en imagen. Auguran que en un par de versiones más, un humano será incapaz de detectar la falsedad y entonces habrá que entrenar máquinas que se especializarán en detectar lo que ha hecho otra máquina. Es decir, la carrera por hacer indetectable la realidad de la ficción sigue adelante aún a sabiendas de que su uso indebido en manos de poderes sin ética se nos volverá en contra.

Pero no se puede vivir con miedo, así que me echo encima la mochila con el peso de la divergencia y la responsabilidad y me voy a clase con la duda de si sirve el intento de convencer al alumnado del valor de la ética personal y colectiva; de que no todo vale por conseguir unas décimas de más; de que el esfuerzo merece la pena; de que disfrutar y confiar en sentir cada año la llegada del primaverazo puede ser una meta tan válida como cualquier otra.



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sábado, 4 de marzo de 2023

Dudas y certezas

 

De entre las muchas preocupaciones que nos asaltan estos días, compruebo que varias se centran en la juventud y adolescencia. El aumento de las conductas autolesivas y de suicidio; de las tasas de ansiedad, depresión y problemas de conducta alimentaria; la constatación diaria de las escasas armas para hacer frente a la frustración… La propia adolescencia en sí es una etapa neurobiológicamente crítica que, como ya sabemos, se ha hecho aún más difícil con la pandemia. Quizás no se prestó la debida atención a necesidades que no quedaron cubiertas durante el aislamiento; puede que la larga exposición al discurso del miedo haya depositado una pátina de fragilidad; que la falta de socialización y experimentación haya dificultado el alcance de la madurez o que, en su defecto, la soledad haya echado en manos de las redes sociales y sus crueles exigencias a esta parte tan sensible de la población. Pero lo cierto es que necesitamos mayores recursos humanos y económicos para ofrecer ayuda de forma urgente y profesional. Como sociedad no nos podemos permitir que nuestros jóvenes y adolescentes sigan sufriendo así. Y, sin embargo, me parece que la salida que se les está dando es, cuanto menos, contradictoria. Por una parte la superprotección dentro de las familias que, lejos de ayudar a ganar seguridad y autonomía los deja en manos de un deus ex machina que vendrá a rescatarlos del mínimo conflicto en el que se puedan ver envueltos. Por otra, políticas que les permiten decidir a solas sobre sus cuerpos y su futuro sin tener que acudir a ayudas profesionales.

Me preocupa mucho cómo enfrentamos el problema. Sin ser especialista, creo que es obvio que hace falta investigar, buscar las causas de tanta desorientación e infelicidad y después formar profesionales que, desde lo público, se pongan a disposición de quienes lo necesiten. Escucho, leo, trato de informarme sobre las últimas leyes que afectan a nuestros jóvenes y me surgen multitud de dudas. Ahora bien, sale el tema en cualquier ámbito y solo se habla desde la certeza y la seguridad. Empieza a ser cansina tanta soberbia. Así, ganaremos o perderemos las discusiones, pero poco vamos a solucionar.

sábado, 18 de febrero de 2023

Fiebre

 

Esto que voy a contar es una estupidez. Lo digo desde ya. Ayer estuve perdiendo el tiempo con el móvil saltando de una cosa a otra por mero aburrimiento. Cuando eso ocurre, las opciones “interesantes” en redes desaparecen y, a cambio, empieza a salir solo publicidad y algo así como “rarezas”. Esto se debió combinar con una actualización del móvil que activó el navegador para que se abriera por su cuenta y ofreciera lo que parecían noticias, pero solo son publicaciones llamativas para atrapar al lector en la pantalla. Lo que leí venía avalado por ABC, pero podría haber aparecido en otro medio, ya he comprobado que todos, más allá de los asuntos “serios”, ofrecen un entorno lleno de ¿basura? El asunto es que el titular hablaba de una invasión extraterrestre y piqué. Piqué hasta el punto de acabar leyendo que un viajero del futuro (venía del año 2.700 y pico, perdonen que no recuerde el dato ni me moleste en recuperarlo) había vaticinado en Tik tok que en marzo (nombraba el día concreto, pero disculpen de nuevo la imprecisión) habría un ataque alienígena que acabaría con la vida en la tierra. Ya me imagino que si me conocen un poco no estarán entendiendo a qué viene esto, pero es que a mí de pequeña me aterrorizaban los terremotos y los extraterrestres, fruto de un entorno televisivo en el que siempre salía alguien hablando de avistamientos y posibles invasiones. Probablemente lo acabé leyendo para comprobar que el trauma estaba superado y sí, esta vez ya no se me descompuso el cuerpo como entonces ni entré en pánico, pero lo cuento porque sí se produjo una reacción curiosa: se me activó el mecanismo de alarma y me encontré pensando qué perdería yo si realmente en marzo todo se acabara. Y esto es lo que me chocó, que por primera vez la falta de futuro no me apenara exactamente por mí sino por mis hijos, que confían esperanzados en ese indefinido tiempo por venir. ¿Será esto la madurez?

Al final me quedó un regusto triste, sobretodo por el tiempo perdido con el móvil. Mi disculpa, la gripe con su fiebre y malestar. Ya estoy de salida, a ver si recupero también el porvenir. Estoy en ello. Para conseguirlo he apagado todas las pantallas, incluso la tele, claro.

domingo, 5 de febrero de 2023

Tener derecho, llevar razón

 Gran parte de los desencuentros con los que se topa una persona a diario provienen de la necesidad de tener razón. Discusiones en el ámbito familiar, laboral, político, académico… acaban mal porque no basta con creer que se está en lo cierto, hay una pulsión casi irracional que fuerza la situación hasta que el resto de la humanidad, o al menos el entorno más cercano, lo reconoce.

La otra parte de los encontronazos diría que tienen que ver con creer que se tiene derecho, quiero decir con exigir algo sin contemplaciones por tener la certeza de que lo que se pide está amparado por una ley o autoridad.

El problema es que esa exigencia de derechos adquiridos choca frecuentemente con los derechos de los demás. Es entonces cuando se pierden los papeles, se acaba el diálogo y sale a relucir la lucha de egos que busca una victoria sin escrúpulos, a costa de lo que sea.

La gente de bien, que huye de los conflictos violentos, se ve a veces envuelta sin querer en enfrentamientos. A veces en redes, alguien comenta un post bienintencionado a partir de una interpretación personal y, al defenderla, arrasa con el buen rollo circundante como dicen que Atila arrasaba con la hierba por donde pasaba. O se encuentra sin querer envuelto en una discusión en la cola del ambulatorio o del banco y al final lo paga con el cajero o el médico. O en un altercado de tráfico donde ni siquiera hace falta usar las palabras ya que un solo toque intenso de bocina es capaz de poner a cualquiera en su sitio. Es verdad que, del susto, también se puede provocar un accidente, pero parece que sería un daño colateral menor al lado del portentoso mantra de tener razón. Rupturas de pareja, peleas entre hermanos, amistades de toda la vida que se pierden cuando nadie se baja del burro.

Y, sin embargo, qué poco se avanzaría si nadie cediera, si no se reconociera de vez en cuando que se está equivocado, si no se rectificara. Errar es humano y reconocerlo también. Vaya hoy mi respeto a todas aquellas personas especiales que se tragan el orgullo, que encuentran su dignidad más allá de la altivez, la soberbia y los malos modos y que, con su actitud, hacen que las situaciones avancen.

sábado, 21 de enero de 2023

Más futuro

 Hay un cierto revuelo con la GPT3, la inteligencia artificial que permite generar lenguaje escrito. Se puede usar gratis, al menos por ahora. Parece que al ser una herramienta capaz de aprender, este uso gratuito por parte de los usuarios ayudaría a mejorar la siguiente versión (GPT4) que ya está preparada y que sería de pago. Es decir, seremos conejillos de indias a los que luego cobrarán. Escuché a periodistas que habían comprobado que generaba entrevistas y presentaciones de reportajes. Me resultó fascinante, pero peligroso.


Quise comprobarlo, así que le pregunté directamente en qué sentido me podría ayudar y me dijo que me ayudará a producir contenido de alta calidad y eficiente con mayor rapidez, ya que seleccionará y organizará automáticamente palabras y frases que sean relevantes para el tema específico sobre el que esté escribiendo. Además, podrá ajustar el contenido a la voz de su marca, ya que puede "aprender" y reflejar la escritura y los patrones típicos que usa.” ¿Me escribiría esta columna de opinión? “No, esta herramienta puede ayudar a escribir contenido de calidad con mayor rapidez, pero no puede reemplazar la creatividad y habilidades de la persona. En este caso, usted tendría que escribir la columna de opinión, luego podría usar la herramienta para ayudarle a editar y mejorar el contenido.” Pero yo creo que me mintió, me vaciló para que no lo culpara, porque le consulté acerca de los celos en una relación de pareja (tema de un texto argumentativo de 2º Bachillerato para preparar la selectividad) y me contestó de modo impecable. Confirmó mi temor.

Nuestro alumnado cada vez está menos interesado en la lectura y más en redes sociales solo de imágenes en las que pasan horas y horas. Una tarea como leer se les hace muy cuesta arriba, cada vez tienen menos referentes. Si ahora, además, una herramienta gratuita puede hacer sus tareas… Temo que se conviertan en analfabetos funcionales y entonces ya sí, estarán a merced de quienes los quieran manejar. Le pregunté esto mismo al GPT3 y escurrió el bulto: “Si los alumnos se convierten en analfabetos funcionales, esto es un problema que debe abordarse con la educación y la formación adecuadas”. Pues eso.

sábado, 7 de enero de 2023

Silencio

A veces conviene dejar entrar al silencio. Abrirle la puerta cuando ya se ha cerrado detrás de la fiesta, la familia y los que vinieron de visita. Dejarlo pasar antes de la recomposición de la rutina que impone su trasiego de idas y venidas; de cacharros que se ordenan; tareas por hacer; gente a la que atender. Elegir el arrojo que supone ahora dejar el móvil lejos o apagado; el ordenador en suspensión; la tele y la tablet a oscuras. Y entonces ordenar, no la vajilla, la ropa y los regalos. Ordenar las conversaciones, los abrazos y las ausencias. El ruido de estos días. Dejar entrar también a la nostalgia, pero solo lo justo, que se acomode y se haga un sitio para evitar la tentación de que lo ocupe todo como el polvo que de nuevo hay que volver a quitar. Acomodar también los encuentros, las risas, los miedos y las decepciones. Acoplar los ratos de paz, de afirmación, de agradecimiento e incluso de amor. Lo que las celebraciones trajeron con su alboroto. Evitar que las vivencias se solapen, que no quede solo un borrón de todo ello.

Antes del barullo sentarse a respirar. Sin música. Sin prisa. Sin límites. Contemplar en la pared el reflejo del sol de invierno; las partículas de polvo suspendidas en un haz de luz mientras el silencio se extiende como una alfombra que ampara lo recogido en la cosecha de lo último vivido. Renovarse y amoldarse para salir adelante, para adaptarse al nuevo ser en que nos vamos convirtiendo asumiendo que el tiempo nos traspasa y deja su huella en la piel, las fuerzas y la mirada hasta que somos otros.

Tomar una dosis de silencio como reconstituyente. Ampararnos en él para replegarnos un rato en la intimidad de la soledad escogida y recomponernos. Coger fuerzas antes de ponernos en marcha.

Empaparnos de un silencio tan denso que nos permita aprender de nuevo a hablar