lunes, 29 de junio de 2020

Anomalías


A punto de empezar julio parece que hemos desembocado por fin en la cacareada “nueva normalidad”. Al menos a mí, no me gusta el término. Ni sé lo que es normal ni me queda claro cuánto de la anterior “normalidad” deberíamos retomar. Mientras hay quien todavía no sale de casa más que lo imprescindible, otros parecen haber pasado página. La incertidumbre se hace fuerte, no es posible hacer planes, las salidas con mascarilla a los centros de encuentro habituales dejan un regusto triste… Ayer sin ir más lejos fui al centro a apoyar a los propietarios de Dan & Dänek que se ven obligados a cerrar. Ellos, al menos, lo hacen temporalmente, pendientes de una vuelta renovada, pero cuando caminaba hacia la tienda, el panorama de la calle Larga era desolador: “Se vende”, “Se alquila” eran casi los únicos reclamos en los escaparates de los locales comerciales. Yo tengo la malsana costumbre de sufrir con demasiada empatía cada cierre. Siento incrustadas en mi ser las dificultades de los autónomos, de los pequeños y medianos empresarios que se ilusionan en cada proyecto arriesgando todo lo que tienen y más.
La situación no ayuda en estos momentos a levantar el centro, se teme la llegada del otoño-invierno cuando, con confinamiento o no, desaparezcan los turistas y el portuense se olvide otra vez de vivir su ciudad, dando la espalda a una forma de vida latina que nos identifica. Somos herederos del ágora griega y el foro romano, plazas que se abrían al encuentro de los ciudadanos. Esta forma de entender la vida ha hecho a nuestras ciudades y pueblos lugares confortables, atractivos, especiales. El centro histórico es lo que individualiza a cada pueblo y ciudad. No sé si estamos a tiempo de levantarlo, probablemente hacerlo desaparecer no sea una aspiración consciente. Me resulta difícil creer que alguien prefiera de verdad vivir al estilo nórdico o americano donde los encuentros son en el interior de las casas y el ocio se vive en los centros comerciales.
Yo no he “normalizado” del todo, lo reconozco, por ahora recupero familia y amigos, pero deseo que el cóctel de este verano combine pasión y prudencia, con una buena base de apoyo a la actividad económica local.

miércoles, 17 de junio de 2020

Tarde plana


Hoy escribo desde una tarde plana. Probablemente debería esperar un momento más sereno y juicioso, pero la tentación del desfogue puede más que yo. En una tarde plana no basta el consuelo de “no nos quejemos que no estamos mal”, en una tarde plana el sentido común se esconde y asoma una desidia que se prende en las incertidumbres del entorno. La fase 3 no me ha convencido lo suficiente como para salir de casa, hago como los ratoncitos temerosos: asomo el hocico un poco y me vuelvo a encerrar. Me agobian las noticias de playas llenas y terrazas que empiezan a estar rebosantes. El viento de estos días me frena también las salidas en bicicleta, puede que la falta de ejercicio esté detrás de este malhumor que me ahoga. O las sospechas de que el curso que viene no será del todo presencial. Me irrita como docente esta situación de ahora en la que los padres están cansados, los niños están cansados, los equipos directivos desbordados y los profes frustrados. Yo lo estoy. Lo confieso. Este intento de seguir explicando, corrigiendo y apoyando a distancia no me convence. No veo bien sus caras, no noto sus estados de ánimo, me falta la retroalimentación. La brecha social y digital se hace más presente que nunca ¿cómo dirigir una clase en la que a unos se les va la wifi y a otros las ganas? Hay quien pelea a solas sus tareas y quien las escribe al dictado de padres o profesores particulares. Otros se copian, sin más, respetando incluso las faltas de ortografía y los errores del compañero.
 No me quejo de las horas de trabajo, soy consciente de mi privilegio de sueldo fijo y vacaciones de verano, lo digo antes de que me lo recuerden, pero me duelen los reproches de las familias que sienten que están haciendo nuestro trabajo mientras nosotros sufrimos el agobio de fin de curso y cerramos memorias, corregimos, explicamos, tratamos de llegar un poco más lejos en este disparate, indecisos sobre cómo atraer a los que se aburren y pierden en el camino. Algunos ya no me contestan ni por Instagram. Y yo me encuentro sola y frustrada, incapaz de pensar en el curso que viene.
No sé cómo saldremos de esta, pero por ahora intuyo que más pobres, más solos, más irritados…