sábado, 26 de octubre de 2024

Bucear

Bucear

Aprender a leer no tiene vuelta atrás. Una vez que se domina la técnica, se hace incluso sin querer. Imposible estar delante de un cartel y no leerlo. Es un acto involuntario, inconsciente, a veces molesto, como cuando se está en la sala de espera de un consultorio médico frente a una norma, un anuncio o un aviso. Durante los largos y tediosos retrasos, se leen y se releen sin parar.

Hay una segunda forma de lectura curiosa, la mecanizada. Esta es consciente, sí, pero automática, permite pensar en otra cosa mientras se avanza sobre un texto. Es habitual cuando una parte del libro que tenemos entre manos nos interesa menos y las distracciones o preocupaciones que llevamos en la mochila se anteponen a la comprensión. Se avanzan páginas, pero no se obtiene nada de ellas. El problema viene cuando el lector se acostumbra a esta forma mecanizada de lectura. Cada vez resulta más frecuente, avanza entre nuestras nuevas generaciones y se extiende, como ellas dirían, de una forma viral. Lo vemos a diario en clase, es preciso parar y explicar cada planteamiento de una actividad, cada texto. Los ojos resbalan por las palabras pero no son permeables, como si se hubieran impregnado de un líquido repelente dejando a nuestro alumnado absolutamente fuera de lo que aguarda el interior de los textos. Ante el enunciado de un ejercicio, lo que más se repite es “no sé qué hacer”. Después de la lectura de un texto, resuena el habitual “no me he enterado”.

Me preocupa y me apena a partes iguales. Es obvio que se alejan de la lectura como una fuente de placer, de enriquecimiento, de conocimiento, pero es que, además, incapaces de desarrollar un espíritu crítico ante lo leído, se vuelven fácilmente manipulables. Volvemos a lo de siempre ¿qué hacer para que no se vean arrastradas estas generaciones tras un eslogan, una consigna simple y vacía? La principal tarea de todo el profesorado y no solo el de Lengua, es ahora intentar que nuestro alumnado consiga romper esa capa invisible pero dura para adentrarse en la comprensión y sugerencia que rezuma cada texto.

Sé que lo he dicho ya, la competencia de lo visual y lo inmediato no ayuda, apenas enseña a flotar cuando lo que se necesita es bucear.


 

Breve

Un reportaje sobre la música en Tik tok afirma que los usuarios no aguantan más de 30 segundos escuchando la misma canción. El testimonio de una chica lo confirma. Dice que cuando llega al estribillo, se cansa y cambia. Los productores explican que el impacto sobre los creadores musicales ya es obvio: las canciones de éxito han reducido su duración de manera que cada vez son más cortas y adelantan el estribillo para resistir al “streaming”.

Esta mañana, otro mini reportaje en las noticias de TVE pone su foco en tres creadores de música urbana. Uno de ellos, productor, asegura que ahora, con un mes de formación desde casa, ya se pueden hacer canciones que suenen en la radio.

Velocidad, inmediatez. Instagram Reels y TikTok están consiguiendo cambiar el comportamiento de los consumidores y, de paso, la capacidad de atención de nuestros adolescentes. Se busca entretener al usuario con una amplia variedad de contenido para evitar el aburrimiento y mantener su interés durante el mayor tiempo posible. La consecuencia obvia es la falta de paciencia. Se salta de una imagen a otra, de un vídeo a otro, de un tema al siguiente. No hay tiempo ni ganas para más. Vídeos de corta duración, fácilmente compartibles y, por tanto, con más posibilidades de volverse virales. Frases claras y directas, elementos visuales impactantes que capten rápidamente la atención.

Y funciona. Un reciente estudio, 'Nacer en la era digital. Generación IA', analiza las tendencias y uso de las pantallas de los jóvenes entre 4 y 18 años en cuatro países. Asegura que en España pasan 94 minutos al día conectados a la red social TikTok, lo que equivale a casi 24 días completos al año.

Es tan obvio que casi me da pereza forzar una conclusión. Simplificación, reduccionismo, falta de profundización, incapacidad para concentrarse en cualquier cosa que exija un esfuerzo, pérdida de tiempo, ausencia de espíritu crítico, borreguismo… Con todo este caldo de cultivo estamos siendo arrastrados a un pozo, lo intuimos y, sin embargo, no hacemos nada por evitar la caída. ¿De verdad queremos una generación menos inquieta, más simple, más perezosa y desmotivada, menos culta, más manipulable? Yo diría que sí.

Involucrados

 

El sábado pasado en la playa de La Caleta se celebró el espectáculo 'Gadir, el resurgir de los fenicios', que escenificaba la fundación de Cádiz. Era una propuesta de la compañía catalana La Fura dels Baus en coproducción con el Ayuntamiento. Hasta aquí sé que no he aportado nada nuevo, se hicieron eco los periódicos, las redes sociales y la noticia ha sido ampliamente comentada por los muchos portuenses que se acercaron a disfrutar del evento. Pero me gustaría abordar varios aspectos que me impresionaron tanto o más que el espectáculo en sí.

La organización me pareció impecable: puntualidad, control del número de personas que podía acceder para asegurar la comodidad y movilidad entre los diferentes focos de atención... El acceso, como era de esperar, fue muy gradual, ya que hubo gente que acudió incluso tres horas antes para asegurarse buena visibilidad. Pero es que la salida resultó igual de tranquila, la playa se desalojó rápidamente, no hubo aglomeraciones ni empujones y, hasta donde yo pude observar, el espacio que había sido ocupado quedó limpio, sin rastros de basura. Sé que puede parecer poco relevante, pero cuando se reúne una multitud de personas no siempre es así, más bien aparecen gritos, quejas, empujones, suciedad... Esta vez no se produjo nada de esto. El mismo civismo se observó también durante la representación ya que, exceptuando algún caso como el de un señor que estuvo todo el rato escuchando en alto los audios de sus conocidos y enviando él a su vez otros tantos audios a pleno grito, la gente estaba a lo que tenía que estar, y eso era precisamente a disfrutar del espectáculo que se ofrecía y, en la misma medida, a enorgullecerse de la participación de los gaditanos. Y es que, aunque muchos fuéramos a ver qué había hecho en esta ocasión La Fura, lo cierto es que, si no hubieran contado con la voluntariedad de los ciudadanía, con las academias de baile, las agrupaciones carnavaleras, los integrantes de la batucada, la intervención del bailaor flamenco Eduardo Guerrero... el éxito no hubiera sido el mismo. La propuesta era buena y la ciudad se involucró. Una fórmula estupenda.

Brisa

 

Si la previsión se cumple, cuando lean esta columna el sábado, el viento de levante desmentirá mis palabras, pero mientras las escribo parece que el tiempo meteorológico y el calendario se hubieran puesto de acuerdo en estas últimas semanas. Agosto cumplió con el calor y nos hizo pasar por temperaturas cálidas aliñadas con una humedad asfixiante. Septiembre ha comenzado clemente y las brisas se han encargado de refrescar la sensación agobiante que habíamos sufrido día y noche. En paralelo, la menor afluencia de turismo devolvía calles transitables, mesas libres, tráfico relajado, ruido mucho más soportable.

El miércoles salimos por el centro. Fue una delicia. Los últimos coletazos de turismo, mucho menos numeroso, más tranquilo, dejaba calles ambientadas y agradables, posibilidad de tapeo y de paseo, una grata impresión de haber recuperado una ciudad inapresable en agosto. Tomamos unos vinos, charlamos sin prisa con los amigos, disfrutamos de música en directo sin agobios… Es como si durante unas semanas de agosto, se abandonara la localidad con resignación a quienes la reconquistan con periodicidad anual.

No creo que haya que demonizar el turismo. Está claro que es una fuente de ingresos necesaria para la zona, pero habría que estudiar detenidamente qué medidas tomar para no cargarse la gallina de los huevos de oro. No creo que la turismofobia tenga sentido y, entre otras cosas, es incoherente porque quienes la asumen se convierten en turistas cuando salen de viaje a otros destinos. Se trata más bien de establecer medidas que protejan la ciudad y a sus habitantes; de atraer un turismo sostenible, que no haga la vida imposible a los vecinos que la habitan los doce meses del año. Cuidar la convivencia, sin más.

sábado, 6 de julio de 2024

Manos que saben

 


Cuando paso de una etapa de trabajo a otra de descanso, necesito proyectos manuales que me mantengan muy activa. Ordenar un armario, pintar una habitación, coser una cortina, hacer un cabecero para una cama… todo vale, pero mi labor favorita es la jardinería. Cavar, plantar esquejes, retirar hojas secas… hay algo especial en trabajar la tierra. No sé si tiene que ver con la memoria, que me trae dulces recuerdos de los gestos cotidianos de mi madre en verano quitando malas hierbas del jardín, no por obligación sino por placer, para evadirse de la tensión del trabajo en la pequeña empresa familiar, o una manera de conectar con el destino que eludió mi padre, procedente de una familia de campo. Lo que sí sé es que resulta terapéutico. No solo lo he visto en mis tíos, que se han mantenido en forma mientras han podido cuidar la tierra, sino que lo veo en muchas personas mayores que no se resignan a dejar de realizar tareas agrícolas. Un huerto o unas macetas ayudan a mantener el cuerpo activo y la cabeza en su sitio.

He terminado una novela de Jesús Carrasco, Elogio de las manos, que reflexiona sobre esto. El escritor protagonista encuentra un placer inesperado en reparar una casa de campo decrépita que ni siquiera le pertenece. Más allá de esa pasión por arreglar y construir algo útil con los materiales de que se dispone, sin comprar apenas nada, que es algo que yo hago desde siempre (a menudo con resultados chapuceros, aunque apasionantes y sanadores para mí, lo confieso), me gustó leer cómo el cuerpo encuentra la manera de reproducir un trabajo corporal que parecía olvidado “eludiendo la razón y la memoria”. ¿Dónde reside ese conocimiento que permite realizar movimientos coordinados, inconscientes y eficaces de asombrosa belleza? Es hipnótico contemplar a un buen artesano amasando pan, trabajando la madera… Mucho más a un músico, la rapidez y eficacia de sus dedos sobre el instrumento va más allá “del pensamiento consciente capaz de dirigir el pulso en cada una de sus notas.” Me admira apreciarlo en Santiago Moreno, por ejemplo, es mágico el modo en que sus dedos recorren el traste de la guitarra. Manos que saben, que acallan y aplacan a la razón.

Saber

 Veo en Instagram que un señor de 90 años se acaba de graduar en Bellas Artes en la Universidad de Barcelona. La motivación que lo impulsó la explica en un vídeo: con 82 años se compró una caja de pinturas, se puso a pintar y se hizo un lío muy grande, así que, dice con toda naturalidad, se matriculó en la facultad para que le enseñaran. Lo más fácil y agradable reconoce que han sido sus compañeros de clase, siempre dispuestos a ayudar. Una de ellos, jovencísima, reconoce que tenerlo al lado le ha aportado tranquilidad, referentes, una opinión razonada sobre lo que se traían entre manos. Miguel Ángel Gallo es doctor ingeniero industrial, profesor Emérito en la Universidad de Navarra y en la escuela de dirección IESE y tiene cargo en varios consejos de administración. Da gusto oírlo hablar. Lo hace desde la normalidad, con un saber estar contagioso y envidiable.

Encuentro tantas cosas estimulantes en esta noticia que me ha alegrado el día. Vivimos en una sociedad en la que reina el edadismo. Los mayores molestan; la palabra “viejo” se usa como insulto; la juventud se exalta hasta límites absurdos; la publicidad bombardea nuestras cuentas con recetas milagrosas para ocultar las señales de la edad ofreciendo productos contra las arrugas, las canas, la flacidez…

Por otra parte la cultura parece haber pasado de moda. Constato cada día que esa culturilla general a la que se aspiraba hasta hace no mucho y que no tenía nada que ver con títulos sino con la curiosidad y el respeto por el conocimiento está desapareciendo. Pintores, escritores, músicos… han dejado de ser referentes comunes; se rinde culto a la ignorancia, se presume de no saber nada; surgen “pseudopolíticos”que utilizan las plataformas de internet para aprovechar este desconocimiento en su favor y construir así discursos basados justamente en la desinformación, el odio, la apología de la violencia, los bulos…

. En un ambiente así, el afán por aprender más allá del título universitario, el reconocimiento de la riqueza que aporta el encuentro intergeneracional, la ovación de los jóvenes que compartían acto de graduación con este señor resultan tan inspiradores que le han cambiado el color al día. Gracias.


sábado, 8 de junio de 2024

La vida en pausa

Pepe Mendoza, nuestro reciente pregonero, a quien tuve el honor de hacer la presentación el lunes pasado en la caseta Helo-libo, decía, en una entrevista previa al pregón en este Diario, que “La Feria es un descanso de los afanes diarios en la que caben todas nuestras ganas de celebrar, nuestras alegrías, nuestros anhelos, nuestra necesidad de buscarnos y encontrarnos entre los otros. Esos días de fino y rosas devuelven siempre la confianza en la vida”. Reflexión que, como ya nos tiene acostumbrados, es un acierto.

El éxito de este encuentro anual no ha evolucionado como tantas otras cosas en función de las apps y las últimas tecnologías, sino que se alimenta de una dieta bastante tradicional: encuentros reales, cara a cara, música, baile, gastronomía y, lo fundamental, el consenso de hacer un paréntesis en nuestras vidas. Los problemas, que siempre los hay, se quedan fuera. No desaparecen, claro, seguirán acechando a la vuelta de la esquina, pero todos necesitamos (tanto que debería ser un derecho constitucional) olvidarnos de ellos durante un rato, de los que tienen solución y de los que no; jugar a que no existen; olvidar que “pasa la vida y no has notado que has vivido cuando pasa la vida”; que “nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir”.

Así que esta semana solo les deseo que puedan hacer una pausa en sus vidas; que tengan en casa una percha lo bastante fuerte como para poder colgar en ella la mochila de sus problemas y acercarse sin ellos un rato al recinto ferial para disfrutar de unas risas con los amigos armados de una copita de fino sostenida con elegancia y heroísmo en su mano. Después de todo, ya lo dijo Calderón, “¿Qué es la vida?: un frenesí. ¿Qué es la vida?: una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.” Pues soñemos, que para eso tenemos el lujo de disponer de esta cita anual.